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domingo, 2 de enero de 2011

Temor y Temblor de Soren Kierkegaard

El joven Tobías desea desposar a Sara, hija de Raquel y Edna. Pero la joven vive en una triste fatalidad. Ella ha sido dada a siete esposos, todos los cuales han perecido en la cámara nupcial. Para mí, éste es el punto débil del relato, porque el efecto cómico es casi inevitable si se piensa en las siete vanas tentativas de matrimonio de una joven siete veces casi al borde del éxito; sería como el estudiante que está puesto sobre otro punto; de allí el recurso al número elevado de siete tentativas con su aporte trágico; porque la nobleza del joven Tobías es tanto más grande cuanto por una parte es hijo único (6,15) y por otra un motivo tan grande de temor se impone a él. Es menester por consiguiente apartar este dato. Sara es entonces una joven que jamás ha amado, aun conserva la felicidad de la muchacha que en cierto modo es su precioso titulo de prioridad en la vida, su “Carta de crédito a la felicidad”: ella ama a un hombre con todo su corazón. Sin embargo es la más desgraciada de todas las jóvenes porque, ella lo sabe, el malvado demonio prendado de ella quiere matar a su novio la noche de bodas. He leído muchas historias tristes, pero dudo que haya habido en alguna parte una tristeza comparable a la de la vida de esta jovencita. Sin embargo, si la desgracia viene de fuera puede hallarse algún consuelo. Cuando la vida no le otorga a alguien el objeto de su felicidad éste se consuela pensando que había podido recibirlo. ¡Pero la insondable tristeza que el tiempo jamás podrá disipar o curar, esa tristeza de saber que no hay auxilio aunque la vida lo colme de favores! Un autor griego oculta un mundo de pensamientos en estas palabras tan simples y tan ingenuas: “Pues nadie ha escapado ni escapará jamás al amor, en tanto exista belleza y ojos para ver” (Longi Pastoralia, Prólogo,4). Muchas jóvenes han sido desgraciadas en el amor, pero llegaron a serlo; Sara lo fue antes de llegar a serlo. Es muy duro no tener a quien poder entregarse, pero es indecidiblemente duro no poder entregarse. Una joven se da y entonces se dice que ella ya no es más libre; pero Sara jamás fue libre, aunque ella jamás se dio. Pero Sara fue engañada antes de haberse dado. ¡Qué mundo de tristezas no hay en perspectiva cuando Tobías quiere a todo trance desposarla a Sara! ¡Qué ceremonias! ¡Qué preparativos! Ninguna joven fue engañada como Sara; porque ella viose arrebatar la felicidad suprema, la absoluta riqueza que es dote aun de la más pobre, se vio privada del don de sí misma, al cual uno se abandona con una confianza inagotable, sin límites, desenfrenada, porque fue menester ante todo hacer subir el humo colocando el corazón y el hígado del pescado sobre carbones ardientes (Tobías, cap. 8). Y cúal no será la separación de la madre del lado de su hija cuando ésta, defraudada en todo, debe todavía como consecuencia privarla de su más bella esperanza. Léase el relato. Edna ha preparado la cámara nupcial; hacia allí conduce a Sara y llora y recoge las lágrimas de su hija. “! Valor, hija mía!, le dice “!Que el señor del cielo y de la tierra trueque esta tristeza en alegría! ¡Valor hija mía! y léase todavía el relato del instante del desposorio, si las lágrimas no nublan ya la vista: “mas cuando los dos encontráronse solos, Tobías abandonó el lecho y dijo: ¡Levántate, hermana mía! y roguemos al señor tenga piedad de nosotros” (8.4)
Si un poeta leyese esta historia y se inspirase en ella, apuesto cien contra uno a que pondría todo el acento sobre el joven Tobías. Vería un hermoso tema en este heroísmo donde se arriesga la vida en un tan evidente peligro que la historia recuerda una vez más cuando a la mañana siguiente de la boda Raquel dice a Edna: “Envía una sierva para ver si está vivo, con el fin de que, si ha muerto yo lo entierre, y nadie sepa nada” (8.13). Me permito, sin embargo, proponer otra cosa. Para un caballero de corazón bien templado templado Tobías obra valerosamente y quien no tiene ese valor es un poltrón tan ignorante del amor como de su condición de hombre; no sabe qué vale la pena de ser vivido; tampoco ha comprendido el pequeño misterio de que es mejor dar que recibir; no tiene ninguna idea de la grandeza de este pensamiento; que es mucho más difícil recibir que dar, bien entendido, cuando se ha tenido el valor de aceptar la privación sin llegar a perder el coraje en el instante de la angustia. No; la heroína de este drama es Sara. Es a ella a quien quiero aproximarme como jamás me he acercado a una joven, o como jamás he tenido en mi espíritu la tentación de llegar a aquellas cuya historia he leído. Pues ¡qué amor hacia Dios no es menester para querer dejarse curar cuando de tal modo se ha caído desde un principio en desgracia sin haber faltado, cuando se es desde el primer momento en ejemplar malogrado de la humanidad! ¡Qué madurez moral no es necesaria para asumir la responsabilidad de permitir al ser amado semejante esfuerzo! ¡Qué humildad frente al próximo! ¡Qué fe en Dios para no odiar en el instante siguiente a aquel a quien debe todo! Pág. 115-118.

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