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miércoles, 5 de enero de 2011

La Libertad por Schopenhauer

-Son ahora las seis de la tarde, he acabado mi trabajo; ahora puedo irme a pasear, o al casino, o subir a una torre para ver la puesta del sol.
También puedo ir al teatro, o visitar a cualquier amigo, y hasta marcharme de la ciudad, irme por el mundo, y no volver nunca… Todo eso depende de mí, tengo libertad para obrar a mi antojo, pero no haré nada de eso, y me meteré voluntariamente en mi casa, donde me estaré con mi mujer.

Lo mismo es eso que si dijera el agua:
- Puedo levantarme ruidosamente en altas olas (sí, cuando la tempestad agita el mar), o bajar en precipitada carrera, atropellándolo todo a mi paso (sí, en el cauce de un torrente), o caer entre borbotones y espuma (sí, en un cascada), o elevarme por los aires, libre como un rayo (sí, en un surtidor) o evaporarme y desaparecer (sí, con 100 grados de calor): pues nada de eso haré, sino que por mi gusto permaneceré tranquila y límpida en un lago.
Como el agua no puede transformarse así más que cuando causas determinantes la llevan a uno u otro de esos estados, de igual modo no puede el hombre hacer lo que cree que está en su mano más que cuando ello le determinan motivos particulares. Hasta que intervenga una causa, no le es posible ningún acto; pero cuando obran éstas sobre él, debe, lo mismo que el agua, hacer lo que exijan las circunstancias correspondientes a cada caso.
Su error, y en general la ilusión procedente de la falsa interpretación del testimonio de la conciencia, de que en un instante dado puede hacer lo que le parezca, se basa, mirándolo despacio, en el hecho de que su imaginación no puede hacer presente más que una imagen a la vez, la cual, cuando se le parece, excluye a las demás. Si se representa ahora el motivo de una de esas acciones propuestas como posibles, nota inmediatamente la influencia de ella sobre su voluntad, solicitada por dicho motivo; el término técnico para designar ese movimiento es veleidad. Pero cree que puede transformar esa veleidad en volición, es decir, llevar a cabo la acción que considera en la actualidad, y en eso consiste su ilusión. Porque en cuanto la reflexión intervenga y traiga a su memoria los motivos que influyen en él en diversos sentidos, o los motivos contrarios, verá que no puede realizar tal acción.
Mientras los motivos que se excluyen mutuamente se suceden así ante su espíritu, con el perpetuo acompañamiento de la afirmación interior –puedo hacer lo que quiera-, muévese la voluntad como una veleta en un soporte bien engrasado cuando varía el viento: gira en dirección a cada motivo que la imaginación le representa; todas las posibilidades influyen sucesivamente en ella y cada vez cree el hombre que está en su mano querer tal o cual cosa, y dejar a la veleta fija en tal o cual postura, lo cual es pura ilusión. Porque su afirmación –puedo querer esto- es realmente hipotética, y debe complementarla, añadiendo: -si no prefiero lo otro-. Y esta restricción basta por sí sola para invalidar la hipótesis de un poder absoluto del yo sobre la voluntad.

El amor y otras pasiones: La libertad. Arthur Schopenhauer, Ed. El Ateneo

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