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martes, 4 de enero de 2011

SABIAS QUE...

Hasta el principio de la era Cristiana, el budismo indio había dado un arte lleno de encanto, pues había sido inspirado por el animalismo eterno de la India. Sin embargo, ninguno de los artistas de las escuelas de escultura propiamente indias había osado hacer figurar la imagen de Buda, pareciéndose en esto a los musulmanes que tampoco representan a las de Alá o Mahoma. Indudablemente, había en esto algo más que una cuestión de respeto, pues resultaba lógico que se viera una contradicción en el querer resucitar por medio de la imagen a aquel que había sido definitivamente =nirvanado=, es decir, =despersonalizado=. Así pues, en las escenas de su vida se reemplazaba la imagen de Buda por cierto número de símbolos convencionales. Pero cuando el helenismo se hubo implantado en el oeste de la India, primero bajo los reyes griegos sucesores de Alejandro el Grande en dichas regiones y después bajo los reyes indoescitas, sucesores de los reyes griegos, que eran a su vez netamente helenizantes, los puntos de vista cambiaron. Los griegos convertidos al budismo experimentaron la necesidad de representar realmente a Buda, así modelado en los albores de nuestra era, en la región de Pechaver, o sea el antiguo Gandhara, fue un Apolo al que se habían añadido las características rituales: el punto de sabiduría entre los dos ojos, el alargamiento del lóbulo de las orejas (debido a los pesados pendientes llevados por Buda cuando era príncipe) y , finalmente, el rodete del turbante de moños que, al prescindirse de este tocado, se convirtió en una protuberancia craneana.
Tales son los budas griegos, de perfil simplemente apolíneo y ropaje sencillamente helénico, que han vuelto a la luz del sol en centenares de excavaciones practicadas en la antigua Ghandara, y más al oeste, entre Pechaver y Cabul, en Hadda (los últimos abundantemente representados en el museo Guimet). Y fue este mismo tipo de Buda el que se transmitió de siglo en siglo y fue extendiéndose a través del Asia central hasta la china y el Japón, dando origen a los innumerables Budas de Extremo Oriente. Como es natural, durante este inmenso viaje a través del espacio y del tiempo, el tipo griego original se fue modificando y acabó por achinarse; pero aun en este caso conservará a menudo en sus modificaciones sucesivas, en la rectitud del perfil y en la disposición de los vestidos, el lejano recuerdo de sus orígenes helénicos. 
Historia de China Cap. Revelación del Budismo, Pag. 79-80 René Grousset

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