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miércoles, 5 de enero de 2011

Mozart, eternidad y belleza


En las pequeñas ciudades y pueblos del Tirol, Salzkammergut y Carintia, donde los espíritus del Norte y del Sur se han mezclado durante tantos miles de años, viven unas gentes que no son ni italianos ni a alemanes, sino una curiosa mezcla de ambas razas. Su idioma, sus modales, sus costumbres, toda su perspectiva de la vida son diferentes de los de sus vecinos. Han desarrollado un arte propio. Sus iglesias, sin tener en cuenta la época en que fueron construidas, tienen un carácter tan típico de aquellos valles, que, una vez que se han visto, nunca se olvidan. Sus pintores locales han descubierto un modo de decorar casas y muebles con dibujos que no se encuentran en ningún otro lugar del mundo. Cada pueblo y cada ciudad tienen un mercado rodeado de algunas tiendas, una botica, una vieja posada. En medio de la plaza del mercado se alza una fuente que proporciona al lugar su agua potable, agua pura de los arroyos de las montañas vecinas.
Todos los mejores esfuerzos de los escultores y de los herreros se han concentrado en aquella fuente pública, que está generalmente rematada por una imagen de la Virgen y el Niño Jesús, los dos esculpidos sin la austeridad que fue tan típica de los antiguos góticos. Desde por la mañana temprano, hasta bien avanzada la noche, la plaza es el centro de la vida comunal. Los chalanes llegan para dar de beber a sus caballerías. Mozas y mozos se reúnen para llenar sus cántaros. Pero hasta cuando no hay nadie allí, el alegre sonido argentino del agua, corriendo con tan generosa abundancia, llena aquella menuda plaza del mercado de una profunda sensación de seguridad terrenal y de bienestar espiritual. Allí no hay bullicio. Las montañas de blancas cimas conservan al resto del mundo a una distancia prudencial, y el sentimiento reinante es el de la armonía y de la paz, y la tranquila y feliz aceptación de cualquier destino que el señor, con su sabiduría, quiera dispensar a sus amantes hijos.
La música de Mozart es como el agua que brota de esas gratas fuentes. Empezó en algún lugar, entre las cimas lejanas de las montañas circundantes. Se precipitó hacia abajo, entre los bosques y los prados de las viejas colinas familiares. Luego se la recogió en la mano. Fue domada; se la modeló para que pudiera convertirse en una bendición para toda la humanidad, en un manantial de inspiración y de eterno goce para aquellos que no han olvidado la risa y los sencillos placeres de los días de su infancia.

H.W. Van Loon "Las Artes", Lmiracle editor Pag. 587-588

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