ES TAN DIFICIL VOLVER A ÍTACA
Esteban
Valentino
Me
gusta contarme mi historia para convencerme de que este que está aquí acostado
soy yo. Me llamo Eduardo. Hace cinco años que murió Papá. Yo tenía siete pero
me acuerdo bien de que lo primero que sentí fue mucho miedo y ganas de irme a
acostar. Cuando se quedó así, como dormido, mamá me dijo que no sabía qué iba a
pasar, si iba a despertar para volver con nosotros o no. Mi mamá no me miente
nunca. Desde que era chico me repite siempre lo mismo. “Eduardo, aunque sea
fea, te voy a decir la verdad. Porque yo quiero que me creas siempre, siempre”.
Como esa vez de papá. Por eso ahora le puedo creer. Aunque ella no me escuche,
aunque ella no lo sepa, yo estoy aquí creyéndole. Lo siento con mis ojos cerrados.
Con los ojos cerrados siento su mano en mi frente y su boca que me hace
cosquillas en la oreja y me gustaría reírme no para que deje de hacerme
cosquillas, sino para que sepa que me gusta. Antes, cuando podía mirarla y
decirle y era verdad yo, no me gustaba, pero ahora sí, ahora no quiero que
pare. A veces hasta tengo ganas de saltar y agarrarla fuerte, pero no sé cómo
se hace cuando uno está dormido. Bueno, yo digo “dormido” porque así deben
verme, pero no es lo mismo… porque antes, cuando estaba dormido en mi cama, yo
no sabía si mi mamá me hacía cosquillas en la oreja; y ahora que estoy dormido
en este hospital sí sé. Antes, cuando estaba dormido en mi cama, no sabía si mi
mamá me tocaba la frente con la mano y ahora que estoy dormido en este hospital
sí sé. Pero eso era antes. Antes. Cuando dormía en mi cama, pero con la oreja y
la piel funcionándome.
-Síndrome de Melas,
Mónica- me había dicho Fabián, el amigo médico de Federico-. No te voy a volver
más loca con explicaciones médicas pero el asunto viene con toda la mala suerte
del mundo. Primero porque es una enfermedad rarísima, algo que no anda bien en
el código del ARN. Y después porque es hereditaria, pero en el 98 por ciento de
los casos de madre a hijo. A Federico seguramente se lo transmitió su madre.
Pero que él se lo haya trasladado a Eduardo es todavía más increíble. Salió
todo mal, Moni.
-¿Puede volver?- le
pregunté.
-Puede- me dijo -.
Hay derrames internos y eso provoca esta especie de coma. El cuadro puede
revertirse, pero también puede pasar lo contrario. No sabemos. No está muy
estudiado.
Yo lo escuchaba a
Fabián pero estaba como volando. Mi amor grande estaba en una habitación de ese
hospital horrible como todos los hospitales, durmiendo en un por ahora que
podía ser un para siempre, y mi amor chiquito estaba sentado afuera y ahora yo
tenía que decirle que quién sabe si el papá… pero de él, no. Del resultado de
su análisis, no. Nunca. Que el futuro hable y entonces hablaré yo, me dije.
Pero como me había advertido Fabián, siguió saliendo todo mal. Federico no pudo
volver a nosotros y ahora Eduardo, como buen varón que rechaza que la mamá le
haga mimos, quiere seguir al papá. O sea, el futuro volvió a hablar y ahora soy
yo la que tiene que hacer oír su voz. ¿Cómo es de fuerte una palabra que grite
más que el tiempo? No lo sé. Pero si sé que la voy a encontrar. Que los médicos
hagan su trabajo. Yo voy a hacer el mío.
Estoy hablando con
él, con Eduardo. Lo estoy trayendo de vuelta. Si él necesita de mi voz la va a
tener toda, así el mundo ensordezca.
-Aquí estamos los
dos, chiquito mío. Yo y tus doce años que pronto van a ser trece, Te prometí
que no te iba a mentir nunca y voy a cumplir mi promesa aunque ya la romí una
vez, cuando me enteré de que tu cuerpito de siete tenía lo mismo que el de papi
y no te conté nada porque me habían informado los médicos que tal vez todo
siguiera bien para vos. Que tal vez no pero que tal vez sí, me aclararon. Y yo
me agarré con todas mis fuerzas de ese “tal vez sí”, porque ya no quería más
partidas en mi alma. Pero fue tal vez no, y por eso estamos ahora los dos solos
en esta pieza de hospital, hablándonos. Ya no voy a mentirte más ni a ocultarte
nada. Lo que tenés se llama Síndrome de Melas. Es una enfermedad muy rara que
ataca tu cerebro y te crea allí como pequeñas heridas. Por eso estás dormido.
Vos ya sabés que se puede no volver, así que no voy a engañarte. Pero también
tenés que saber que sí se puede volver, y yo voy a estar aquí para decirte
cómo. Todos los días voy a estar aquí para ayudarte a regresar, vida. El viaje
de vuelta de verdad lo vas a hacer vos, pero yo voy a ser como una especie de
mapa con los caminos que tenés que seguir para volver.
“Ahora voy a acercar
mi boca a tu oreja aunque sé que no te gusta porque te hago cosquillas, pero no
me importa porque quiero que me escuches bien. Oíme ¿ves? Eso es lo primero que
tenés que hacer. Nunca dejar de oírme. Aunque no estés de acuerdo, aunque
pienses que es una tontería lo que te digo. Después, cuando sepas qué puerta es
la que hay que abrir, me peleás todo lo que quieras. Por ahora vas a tener que
obedecerme sin protestar. ¿Por qué? ¿Cómo por qué? Porque para eso soy tu
madre, jovencito. Le falta tomar mucha sopa para mandarse solo ¿estamos?
Ya me
viene con eso de que todavía soy chico. A ver cuántos tipos con tus años se
aguantarían esto que me dijiste, que tengo lo mismo que papá. Bueno, yo ya me
lo sospechaba. Era mucha casualidad que me quedara dormido como él y que fuera
otra cosa. Y sí, miedo tengo, ¿por qué te voy a mentir si vos prometiste de
nuevo decirme siempre la verdad? Yo voy a hacer lo mismo ma. Así, cada vez que
nos decimos, sabemos que es cierto lo que nos decimos y no nos complicamos con
el asunto ese de los engaños. Ah, sobre eso de que me molesta que me hagas
cosquillas en la oreja con la boca, creo que ya te dije que ahora sí me gusta.
Bueno, en realidad no te lo dije, lo pensé, pero no te hagas problemas. Es
decir, podés seguir, que no está tan mal después de todo. Y ya que estamos: no
pienso irme a ningún lado (je, a ver cuántos tipos con tus años hacen bromas
con esto; sí, muy chiquito…) y voy a empezar a confesarte algunas cosas que no
sabías.
¿Te
acordás de aquella vez que apareció el cuadro de la gorda bailando hecho moco
en el piso y preguntaste quién había sido porque esa tarde estuvieron los
primos en casa, y yo dije que había sido uno de ellos porque total ya no
estaban y vos no los ibas a castigar por teléfono? Bueno. No fueron ellos. Fui
yo con un pelotazo. Ustedes se fueron con los tíos a dar una vuelta y nos
quedamos jugando adentro y un tiro se me escapó y le di con todo al cuadro ese
de la gorda. Después escondimos los pedazos para que no nos retaran y cuando
ellos se fueron los saqué para que los vieras porque ya había decidido culpar a
los primos. Y estuvo bien. Jugamos y nadie salió perjudicado. Bueno, la gorda,
pero esa nunca me gustó, se merecía el golpazo por gorda y fea y por meterse
justo donde fue mi tiro. Encima ni gol fue… ¿Qué me estás diciendo? Ah, que te
vas a ir a trabajar. Pero ¿podés dejar de hablarme en la roja, si sabés que o
me gusta? Qué ganas de hacerme enojar al cuete. Bueno, te acabo de decir que me
gusta y ahora te digo que no. Me parece que te estoy haciendo demasiado lío por
todo. Voy a tener que ser más cuidadoso con lo que pienso o no me voy a
entender nada. Sí, ya te oí, te vas a ir a trabajar. Andá, pero volvé pronto,
¿eh, grandecita?
Voy en el tren camino
a mi trabajo y por suerte conseguí un asiento porque desde que el futuro dijo
lo que dijo, siento como un cansancio eterno y hasta estar parada me cuesta.
Además, así me resulta más fácil pensar porque esa es otra cosa que me pasa: pienso
todo el tiempo. Salvo cuando estoy con él, que le digo lo que pensé antes.
Cuando salgo para el hospital a la tarde, cuando me quedo a dormir allí o
cuando vuelvo a mi casa, pienso. Por ejemplo, ahora estoy pensando que dije “mi
casa” y la verdad que no sé, como decía ese poema que leí una vez, si yo sigo
siendo yo y si mi casa sigue siendo mi casa. Creo que soy como un caracol, que
anda con su techo a cuestas. Y mi mejor techo está al lado de una cama de
hospital, con un chiquito al que tengo que enseñarle el camino de vuelta. El
resto del mundo me parece una enorme intemperie, con lluvia y frío, aunque haya
sol y calor. Mi único lugar cobijado es esa cama. Tampoco sé si los demás
siguen siendo tanto “los demás”. Están, claro, y hasta me llevan por delante
cuando bajamos del tren y me piden cosas en el trabajo y yo les doy direcciones
en los taxis, pero son como extras en mi película. Tal vez también los médicos
tengan alguna porque son los que me informan cómo sigue esta película mía. Son
los que escriben parte del libreto. El resto abunda.
Menos mal que entre
la estación y mi trabajo hay apenas cinco cuadras. Caminarlas me gusta, porque
hay muchos árboles, poco tránsito y puedo seguir pensando. Pensar otra cosa
ahora. Pensar en un camino que nunca recorrí, pero que tengo que averiguar cómo
es para decirle a alguien cómo se vuelve. Pensar en aprender de los senderos
que se meten en bosques oscuros o en montañas altísimas y pasan por abismos
impenetrables, para contarle a un chiquito cómo tiene que ir por esos lugares,
qué pasos tiene que dar para no perderse, para no tener miedo en la oscuridad,
para no correr riesgo de trastabillar y caerse en algún precipicio.
O pensar ahora en
sonreír unos centímetros porque mi jefe, que es un buen tipo, me saluda lindo
como siempre y me dice:
-Hola, Moni, ¿cómo
anda todo hoy?
Y yo tengo que hacer
como que escucho a este extra de mi película que ni siquiera libretista es y
decirle:
-Bien, Carlos,
gracias. Sin grandes novedades. – y asegurarle-: Cuando pase algo gordo vas a
ser de los primeros en saberlo-. Entonces me siento al escritorio y me pongo a
hacer mi trabajo y los extras circulan a mi alrededor y solo caminan en un
universo que está lleno de otros que abundan, algunos libretistas y dos que
existen.
Sé que
estoy solo. Lo sé porque no siento ninguna mano sobre mi frente y ninguna
cosquilla en la oreja y además nadie me habla. Eso es bueno. Un poco de soledad
de vez en cuando también me gusta. ¿Y, grandecita? Sigo haciendo bromas con la
historia y vos no me decís nada. Te cuesta reconocer que así te tapé la boca
con eso de que soy chiquito, ¿eh?, te cuesta. Bueno, tampoco me decís nada
porque ahora no estás, así que lo mío es otra vez bastante pavo. Así que
Síndrome de Melas. Mirá vos. Melas… vas a pagar cuando te agarre. Gracioso el
nombre del sueño este que me cayó de golpe. Lástima que solamente sirva para
sacarme. Como en los partidos, cuando el profe me sacaba y hacía entrar a otro
que estaba afuera. Yo no quería salir pero él me explicaba que todos tenían que
jugar. A mí me daba rabia pero, yo qué sé, así eran las cosas. Todos tenían que
jugar y yo nunca fui de los mejores. Ahora el profesor Melas me hizo lo mismo.
Me dijo que todos tienen que jugar y me sacó de la cancha. ¿Quién habrá entrado
en mi lugar? Y, además, ¿tan mal estaba jugando? Cuando venga mamá se lo voy a
preguntar. No, no me volví loco. Ya sé que no puede escucharme. Pero eso no
tiene nada que ver. Yo puedo preguntar lo que se me ocurra. Algún día me
enteraré de las respuestas. O no. No sé.
Tiempo
tengo.
Si,
miedo también tengo.
Ya no puedo esperar
más. Ya tengo que empezar mi trabajo de guía. Y voy a largar con lo que se me
ocurrió. Que no sé si es lo que él espera de mí o lo que esperaría alguien
perdido de su guía pero es lo que puedo hacer yo, esta yo que soy ahora, tan
llena de dudas pero a la vez tan llena de mi decisión. Estoy regresando, estoy
abriendo la puerta del ascensor. Estoy subiendo al piso indicado y miro en
silencio la pantallita que indica los números porque nada me importa de esta
gente que viaja conmigo, que ni a extras llegan en mi película. Son apenas el
decorado y no se le habla a los telones en el teatro. Ahora bajo y mi soledad
de estos pasillos hasta la habitación me hace bien. Bueno, ya llegué, aquí
estoy. Me saco el tapado porque afuera hacía frio de verdad, y me siento en la
silla que está siempre esperándome al lado de su cama.
-Aquí estoy,
chiquito. Ya llegué. Te cuento cómo está el día afuera. Son las siete de la
tarde. Ya no hay sol y hace bastante frío. Yo me tuve que poner el abrigo
grueso, ese que no te gusta nada porque decís que me tapa toda, pero
precisamente por eso me lo tuve que poner. Ah, te digo lo que se me ocurrió
para hoy. Estuve pensando que si yo estuviera así, como estás vos, una de las
cosas que más rabia me daría sería no poder enterarme de las respuestas a las
dudas que tuviera porque claro, si no me escuchan, no puedo hacer preguntas. Y
esa rabia me distraería de mi trabajo de encontrar el camino de vuelta. No
quiero que eso pase con vos. No quiero que nada te distraiga de eso. Así que
voy a hacerme yo las preguntas que me parece podés hacerte vos y te las voy a
contestar.
Je, je,
¿qué decía yo sobre que nadie me escuchaba? A ver qué me digo ahora. No, no soy
mago, no adivino el futuro. No, es ella, en serio. Se le ocurrió sola. Yo no
tengo poderes mentales. Bah, al menos nunca me dijeron que los tenía. ¿A ver
con qué me sale ahora la grandecita?
-Lo primero que me
preguntaría es por qué me pasó esto, qué hice mal. Y yo diría que la primera
obligación que tenés es olvidarte de hacer esa pregunta. Es tonto preguntarse
por qué nos pasan las cosas malas que nos pasan. No nos pasan porque hayamos
hecho las cosas mal. Solamente los tontos se preguntan por qué nos pasan las
cosas inevitables.
Bueno,
ahora me dicen “tonto” hasta dormido. Linda mamá. Dejá, no te preocupes. En
estos días ya me dije yo varias veces que era un tarado…
-Bah, no quiero decir
que seas un tonto por hacerte esas preguntas. Digo que es una tontería pensar
eso. No hace falta ser un tonto para pensar tonterías. Así que nada de pensar
eso. Otras preguntas sí, esa no, ¿estamos? Y sí, si querés también porque soy
tu madre. Vas a tener que aceptar varias de estas órdenes mías aunque no te
gusten.
Acordate de que
además soy tu guía. Y no se le discute a un tipo que conoce bien un lugar qué
camino hay que tomar. Se le obedece y a otra cosa. Ya sé, ahora vas a decirme
que yo no conozco para nada el lugar en que vos estás. Pero no es tan cierto
eso. Yo ya estuve allí con papá y sé bastante de esas sombras. Además es lo
mejor que tenés a mano, ¡qué tantas pretensiones! Bueno, sigamos.
Dale,
grandecita, hacete, haceme, otra pregunta y dejá de enojarte todo el tiempo. Es
raro esto de tener dudas ajenas. Aunque a veces hasta pareciera que me escucharas.
-También me
preguntaría cuándo va a terminar este lío. No lo sé, vida, pero tené en cuenta
que cuando termine tu parte en esta historia también va a terminar la mía. Es
decir, cuando vos vuelvas, yo también voy a volver. Cuando vos encuentres la
puerta que hay que abrir yo también voy a girar ese picaporte, así que esa duda
es tanto tuya como mía. Igual no creo que nadie nos dé nunca una respuesta
exacta. Me parece que vamos a tener que aprender a conformaron con esas
seguridades de cuando eras muy chiquito: hoy es lunes, afuera hace frío, me
gusta la torta de manzana. Dejemos las preguntontas, esas que necesitan de
gente muy sabia, para días que nos podamos dar esos lujos. Por ahora
conformémonos con que sea lunes, con que haga frío, con que te guste la torta
de manzana. Aunque ahora que lo pienso, no estoy segura. ¿Te gusta la torta de
manzana?
Sí,
grandecita. Lo que pasa es que no la hacés casi nunca. Pero me encanta.
-Sí. Ahora me acuerdo
de que sí te gusta. Lo que pasa es que casi no hago.
Es lo
que digo. A veces parece que me escucharas…
-Otra duda sería la
que tiene que ver con esta seguridad que yo tengo de tu vuelta a este lado del
sueño. De dónde me sale. Es difícil de explicar… pero a la vez me es tan
evidente como el hecho de que ahora estás del otro lado. No es una esperanza
estúpida de una mamá que quiere que si hijo se quede con ella. Es tan seguro
como que mañana va a amanecer. O sea, puede haber sol o llover o estar nublado,
pero de que va a amanecer no hay duda. Con tu despertar me pasa algo parecido.
Puede tardar más o menos, puede haber más o menos problemas, pero yo sé que vas
a abrir los ojos.
Está
bien, ma. Si vos estás segura, para mí está bien. Te digo que no me parece mal.
No sé si es una esperanza estúpida, pero no me parece mal.
-Bueno, amor. Ya es
noche tarde. Me quedo a dormir aquí, con vos. Mañana la seguimos.
Ahora
estoy solo con las respuestas que me dio y con las preguntas que me sigo
haciendo. Ya sé que tengo que volverme loco con eso de “por qué a mí” y que tampoco
tengo que querer saber hasta cuándo va a durar esta historia. “no hay que
distraerse”, dice la grandecita. No hay que olvidar el camino de regreso. Pero
es que yo tampoco lo conozco mucho, mamá. Nunca hablamos de la muerte de pa.
Nunca nos sentamos a conversar sobre lo que le pasó a cada uno en ese momento.
Yo no sabía que yo tenía la misma enfermedad. Me parece que estuviese bien en
no decírmelo. Me hubiera asustado mucho y no habría servido para nada. Como el
cuento aquel que leí del tipo al que le dicen que se va a morir un jueves. Y
entonces cada miércoles y jueves son una tortura y al final se muere un lunes
cualquiera y sin saber eso, igual me sentí distinto a los demás, con más
peligros a mi alrededor, como si no tener papá me hubiera hecho más frágil.
Ahora que lo pienso me parece que a vos te pasó algo parecido. Y supongo que
ahora tendrás la sensación de que todo puede volver a pasar y tenés miedo de
quedarte todavía más, ah no sé cómo decirlo, más… rompible. Eso. ¿Quién de los
dos tendrá más noche en este momento grandecita? Porque el que se puede ir soy
yo, ya lo sé, con mi siempresueño y todo el asunto. Pero la que se va a quedar
sos vos. No se te va a ocurrir esa pregunta (y si se te ocurre es que me
escuchás en serio), pero me vendría bien saber qué te gustaría más. Si pudieras
elegir, ¿Qué harías? ¿Irte o quedarte?
-Buen día, amor.
¿Cómo pasaste la noche? Ah, mirá, aquí me traen el desayuno. Café con leche,
una tostada y mermelada. Debe estar rico, como siempre. Ahora que se fue la enfermera,
te puedo decir que la verdad tuviste bastante suerte. No sabés lo linda y
jovencita que es. A vos te encantaría.
Buen
día, grandecita. No. No sé lo linda y jovencita que es pero puedo imaginarlo.
Aunque tampoco sé si tengo ganas de imaginarlo. Mejor hablemos de otra cosa.
Que la enfermera linda me hace acordar a Camila, la enfermera tiene la cara de
Camila y eso sí me pone de mal humor.
-Rubiecita, chiquita.
Una muñeca, vea, caballero. Lucía se llama.
Y dale
con los ¿Cómo se llamaban?, ¿los diminutivos, eran? Sí, eran los diminutivos.
Que “jovencita”, que “rubiecita”, que “chiquita”. ¿Qué te pico hoy? ¿No te dije
que no quiero que me cuentes más de la enfermera, que me pone de mal humor? ¿No
me escuchas, tonta? No, no me escuchas. Para qué me hago el idiota si sé que no
me escuchás.
-Antes de irme quiero
contarte algo de ese tipo, ese griego que tardó diez años en volver a su casa.
¿Cómo quién? Ese Ulises que te conté un día que era rey de una isla que se
llamaba Ítaca. Sí, el de la mujer que tejía para retrasar el momento de casarse
de nuevo. Que se llamaba Penélope. La pobre estaba acosada por lo pretendientes
que querían casarse con ella para apoderarse del reino, pero como última
resistencia se le ocurrió la idea de decir que elegiría marido cuando terminara
su tejido. Sin embargo, para retrasar lo más posible ese momento, deshacía de
noche todo lo que tejía de día. Los tipos que querían el trono eran unos
guarangos que vivían a costa de las riquezas de Ulises y no les importaba nada
todo el desastre que hacían porque estaban seguros de que el rey había muerto
al volver a su tierra. Pero no. Ulises tuvo que pasar por un montón de
aventuras para estar otra vez en su reino, porque en la conquista de Troya se
había ganado el odio eterno del dios del mar, Poseidón, cosa nada buena si uno
tiene que volver a su patria en barco. Pero su mejor historia es la que le pasó
con un cíclope.
¿Qué
es un cíclope?
-Seguro que te estás
peguntando qué demonios es un cíclope. Te digo. Un cíclope es un gigante que en
lugar de tener dos ojos tiene uno solo en medio de la frente. Este se llamaba
Polifemo y era poderoso y malvado como nadie. El tema es que Ulises y sus
compañeros llegaron hasta su caverna, que estaba llena de ovejas y de otros
alimentos, casi como preparados para que ellos se lo llevaran. Los compañeros
de Ulises le rogaron a su jefe que, con el cíclope no estaba, los dejara cargar
todo lo que pudieran y que luego huyeran de esa cueva siniestra; pero él era un
hombre que disfrutaba antes que nada de vivir grandes aventuras y no quiso irse
sin conocer al terrible Polifemo.
Cuando llegó, el
cíclope les preguntó quiénes eran ellos. Ulises les respondió que eran viajeros
perdidos y que él debía atenderlos según las reglas de la hospitalidad que
ordena el propio Zeus el padre de los dioses. Pero el monstruo se rió y le
respondió que los cíclopes no le debían obediencia a nadie y que Zeus podía
irse a freír churros. Bueno, no se lo dijo así porque en esa época no había
churros, pero eso fue lo que quiso decir.
Sí, me
imagino al cíclope ese diciendo que cualquier queja de Zeus que le hable por
teléfono. Pero seguí. Me gusta tu forma de contarlo.
-Y allí nomás se
comió a dos de ellos. Para que no pudieran escapar, cerró la entrada de la
caverna con una roca enorme que solo alguien con su enorme fuerza podía mover.
Al día siguiente se comió a otros dos y pensaba devorarse a todos, pero Ulises
era muy astuto y le dijo que después de almorzar lo mejor era tomarse un buen vaso
de vino. Y le dio una copa que llevaba. El gigante empezó a tomar y a tomar y a
tomar hasta que se garró una borrachera que no se podía tener en pie. Y claro,
se quedó dormido. Entonces Ulises y los suyos aprovecharon para clavarle en el
ojo un tronco de árbol con una punta al rojo vivo que habían preparado en el
fuego… y, ¡zas! Lo dejaron ciego. El cíclope se puso como loco y empezó a
preguntarle a los gritos cómo se llamaba y Ulises le contestó que se llamaba
Nadie. Parecía tonta la respuesta de Ulises, y sus amigos no lo entendieron
demasiado. Pero cuando los otros cíclopes quisieron averiguar quién lo había
herido, Polifemo les respondió que había sido nadie. Entonces, ellos le dijeron
que no podían hacer nada, porque su herida había sido voluntad de los dioses.
Con los manotazos de ciego que empezó a dar, el cíclope sacó la roca que
impedía la salida, y así Ulises y los suyos pudieron escapar y volver a su
barco para irse de aquel lugar. ¿Te gustó el cuento, amor?
Muy
lindo, grandecita. Está genial eso del gigante de un solo ojo. Así que el tipo
le dijo que se llamaba Nadie. Nadie está dormido en esta cama, Nadie tiene
miedo cuando no oye más la voz de la grandecita, Nadie está empezando a
pudrirse de no poder levantar los párpados.
-Bueno, ahora me voy
a trabajar. A la tardecita te voy a contar algo nuevo.
Espero
que no tenga que ver con la enfermerita y sí con el Ulisito. Chau, que te vaya
bien en el trabajito.
Mi
vuelta, ¿tendrá que ver con los aparatos? Sé que me enchufaron varios tubos y
que por ahí me dan de comer, pero no sé si lo que dice la grandecita de
“volver” tiene que ver con ellos. No me gusta tener tantas cosas metidas. Debo
parecer como uno de esos robots de las películas y no quiero. Dale, grandecita,
volvé rápido que sin vos me cuesta caminar con tanto cablerío. Bueno, hablando
de otra cosa, ahora que nadie escucha lo que pienso, eso de que la enfermera
tenga la cara de Camila no está tan mal. Puedo imaginar las manos que me
limpian y que me acomodan y puedo darles una cara a las manos. No me gustan las
manos solas. Me hacen acordar a las películas de terror y me dan miedo. Muchas
veces en esas películas cuando van a matar a alguien, solamente aparecen las
manos del asesino. No sé cómo será la carita de la enfermerita, pero pensarla
con la cara de Camila me acorta el susto. Ahora estoy despierto. Me da algo
como risa que los de afuera piensen que para mí es todo lo mismo, que no se den
cuenta de que ahora estoy distinto de que hace un rato, cuando estaba dormido,
dormido. Es decir, dormido estoy siempre, pero a veces estoy dormido despierto,
como ahora, y a veces no escucho nada ni pienso nada y entonces estoy dormido
para ellos y para mí. Oía, recién ahora me doy cuenta de que para hablar de los
que vienen a verme dije “los de afuera”. ¿Eso quiere decir que yo estoy adentro?
¿Adentro de qué estaré?, ¿Adentro de un sueño? Tengo que pensar más sobre eso.
Después. Ahora me quiero dormir dormir.
Los extras de mi
película hoy están tranquilos. No me los crucé mucho en mi caminata al trabajo
y tampoco me pidieron demasiadas cosas para hacer. Se ve que se están
acostumbrando a que no me interesan. Puede ser que no esté bien, puede ser que
tenga que seguir prestándole atención al mundo que a fin de cuentas sigue
teniendo los mismos problemas que antes; pero no puedo evitar sentir que desde
el sueño de mi chiquito yo estoy ente paréntesis, esperando simplemente a que
él vuelva, a que dos párpados testarudos se dejen de embromar con eso de seguir
cerrados y se levanten de una buena vez para volver a cerrarse solamente cuando
al dueño se le dé la gana. Pienso en Penélope, que se la pasaba tejiendo para
retrasar el momento de tener que elegir un reemplazante para su marido, y
mirando hacia el mar, para ser la primera en ver el barco en el que Ulises
regresara. También su único mundo debía ser esa manta de lana. También a ella
los otros debían interesarle menos que un grano de trigo de sus sembrados. Su
universo era el telar, los dibujos del tejido y un hombre que no llegaba. El
mío es una cama. Soy Mónica Penélope y tejo las ganas de unos ojos abiertos.
Estoy leyendo cosas
sobre el Síndrome de Melas. Es una rareza increíble la transferencia de padre a
hijo. No se lo voy a decir a Eduardo porque le va a dar más furia saber que lo
que le pasó no tendría que haber pasado. Va a ser otra especie de mentira, pero
Zeus debe haberla entendido a Penélope cuando hacía su engaño de la lana. Y si
no me quiere perdonar me importa lo mismo que mis extras. No les doy bolilla a
los mortales que me rodean, miren si me voy a hacer mala sangre con un inmortal
que lo más importante que hace es no morirse.
Estoy volviendo al
hospital y se me acaba de ocurrir que tampoco le voy a decir más que es mi
chiquito. Al menos no se lo voy a decir a él. Alguien que pelea por volver
desde una cama lleno de tubos merece ser llamado por su nombre. Ya va a cumplir
trece. Ah, por cierto. Tengo que festejar el cumpleaños.
Y prepararle el
regalo.
-Ya volví, hijo. Ya
estoy aquí, Eduardo.
Uy,
¿qué pasó, grandecita? ¿Qué pasó con eso de “chiquito”, y “Eduardito”’?
¿Crecimos desde la mañana y no nos dimos cuenta? Ya sé, te fue mal en el
trabajo y volviste de mal humor. Como cuando me portaba mal y me retabas con
nombre y apellido y tratándome de usted. ¿Te acordás? “Eduardo Alayes, ¿se
puede saber de dónde viene con todo ese barro? ¿Estas son horas de llegar a su
casa y en ese estado?, ¿usted está seguro de las cosas que hace?”. ¿Eso pasó,
grandecita?, ¿estamos enojadas?
-Habrás notado que no
te dije “chiquito”. Estoy segura de que lo habrás notado porque esas cosas no
se te escapan nunca. O no se te escapan casi nunca. En todo caso estoy segura
de que esto no se te escapó. Lo que pasa es que estuve pensando…
Mirá
vos, ¿cómo te contestaba papá cuando decías eso? Ah, sí: “Bueno, de vez en
cuando te va a hacer bien, pero tampoco exageres”.
-…y me parece que
estás aquí, peleándola casi solo. Y que ya tenés casi trece años (porque no sé
si sabrás que dentro de dos días es tu cumple) y que, está bien, creo que tengo
que aceptar que ya no sos tan chiquito. Mientras te hablo me estoy agarrando
una mano con la otra porque me cuesta mucho decirte esto. Es difícil aceptar
que ustedes crecen, ¿sabes? Es como confirma que nosotros nos hacemos más
viejos y que ya no nos necesitan tanto. Pero igual no me voy a privar todo el
tiempo de decirte “chiquito”, porque me gusta y porque para eso sigo siendo tu
madre. ¿Me entendió, señor?
Sí, ya
te entendí, grandecita. Vas a hacer todo lo posible pero de vez en cuando se te
va a escapar. No es un mal acuerdo. Pero, además, que yo sea más grande no
quiere decir que vos seas más vieja. No sé, yo al menos no te veo vieja. Bueno,
ahora no te veo, así que estuvo bien eso que dijiste de que agarrabas las manos
porque así puedo seguir lo que hacés. Ah, así que es mi cumple, mirá vos. ¿En
qué estaría pensando que se me pasó tanto? ¿Qué me vas a regalar?
-Vamos a ver: ¿qué me
preguntaría yo si tuviera trece años y algún adulto me dijera que pronto va a
ser mi cumpleaños? De eso no tengo duda. Podré estar más vieja (aunque no
tanto, eh, no tanto), pero todavía me acuerdo de esas cosas. Me preguntaría por
lo que me van a regalar. Pero va a tener que esperar, caballero, porque el
regalo va a ser una sorpresa para ese día. Lo que te puedo decir es que no va a
ser una cosa. A mí me encantaría regalarte, yo que sé, una pelota. Pero me di
cuenta de que eso me gustaría a mí y yo no quiero regalarte algo para el futuro,
para que lo uses cuando despiertes. ¿Entendés, amor? No quiero hacerme la
trampa de darte algo que me deje a mí más tranquila pensando en más adelante.
Yo no quiero estar más tranquila, quiero que vos estés más fel… no, más feliz
no, más contento. Quiero regalarte algo que disfrutes ese día y ningún objeto
te serviría ahora. Pero no te digo nada más porque te vas a dar cuenta y quiero
que sea una sorpresa. Una vez con papá te regalamos una salida a la cancha y a
comer pizza cuando terminó el partido. Ahora va a ser algo parecido, aunque de
salir ni hablar porque vos sabés que por ahora no podemos, pero por ahí va a ir
la cosa.
Bueno,
no te preocupes. Yo sé que no me voy a ir a ningún lado. Ya estoy bastante
acostumbrado a esperar, así que me va a gustar tener que esperar algo lindo.
Entiendo eso de que no va a ser una cosa, como la vez esa del partido y la
pizzería, pero para serte sincero los regalos que más me gustan son los que se
pueden agarrar. Porque si un regalo no es una cosa, me parece menos regalo, ¿me
entendés? ¿Qué hace un tipo (o un Eduardo, digamos) cuando se le regala algo
que no puede poner en ningún lado? No sé, grandecita, no me voy a hacer más
preguntas. Creo que voy a dejar que me sorprendas.
Bueno, hoy es el día.
Hace casi tres meses que estamos durmiendo con Eduardo. Y qué cosa…. Hace tres
meses que apenas duermo. Qué raro es a veces lo que nos pasa. Él no despierta y
yo no puedo cerrar los ojos. ¡Cuánto daría para poder regalarle muchos de mis
párpados abiertos! Pero hoy no tengo que pensar en eso, hoy es el cumpleaños y
tengo que llevarle el regalo. Bien, ¿a ver si tengo todo? La olla, sí; el
secador de pelo, sí; el plumero, sí; el tambor, sí; los jazmines, sí; el guiso
que quedó de ayer, sí; un pedazo de manguera, sí. Listo, está todo. Vamos.
-Uy, qué lindo que
está el cuarto, con los globos y las guirnaldas. Hola, Edu ¿Qué te tenía que
decir? Ah, sí, ¡feliz cumpleaños! No sabes qué preciosa que está la habitación.
Esta Lucía que te tocó es una maravilla. Bueno, trece años, amor, ¿qué se
siente?
Nada,
mamá, no se siente nada. O sí. Se sienten ganas de sentir. Pero dejá, no estoy
del mejor humor. Debe ser que me hablás de globos que no puedo ver, de
guirnaldas que no puedo tocar y de amigos que no están. Me acuerdo de mis otros
cumpleaños y me da rabia.
-A ver, por aquí
tengo el regalo, esperá que lo preparo porque es bastante complicado. Ya te
dije que no era una cosa, así que tené paciencia mientras pongo estas cosas… A
ver… la olla, la manguera en la canilla del baño…. Se enchufa aquí el secador…
ya está. Ah, ya vino Lucía. Bueh, podemos empezar. ¿Estás preparado?
Si
grandecita, dale que no aguanto más la curiosidad.
-Este regalo no es
una cosa, es una serie de sensaciones. Te voy a regalar cosas para que sientas,
Edu, momentos que tienen que ver con nosotros. Por ejemplo, ¿te acordás qué
teníamos que hacer cada vez que te lavabas la cabeza, qué era lo primero que
hacía cuando eras más chiquito y te sacaba del agua? A ver, te ponía arriba del
inodoro, ¿y qué pasaba?
No sé,
ma, no me la hagas difícil, ¿qué pasaba?
-Te secaba el pelo
con el secador, con esto –y aquí te mando todo el aire caliente, mi chiquito,
por la cabeza, y te revuelvo el pelo como te hacía hasta bastante antes de que
te durmieras, para que te quede bien seco, bien seco y no te resfríes porque
afuera del baño siempre hace más frío que adentro y los cambios de temperatura
son peligrosos- Aire caliente, aire caliente, “toc, toc, y el agua que se va….”
Como la canción que te cantaba, ¿te acordás?
…toc, toc, y el agua
que se va
A dormir en el viento
Para no molestar…
Mirá
vos, grandecita, lo que se te ocurrió como regalo. No está mal este viento que
me da en la cara y esas manos en mi cabeza. Sí, me acuerdo. Me acuerdo del
secador rojo y del “toc, toc” que me cantabas. ¿Qué sigue?
-Ahora: el jardín.
Cuando volvías de la escuela en primavera, el jazmín estaba con todas las
flores. Me decías que el jazmín iba a ser tu flor favorita para siempre. A vos
te gustaba ese perfume.
Me
gusta, grandecita, me gusta. Todavía estoy aquí.
-Bueno, es este. Te
traje los jazmines de nuestro jardín – y te muevo los jazmines delante de la
nariz.
-Seguimos con el
olfato. Entrás a casa y hay guiso de fideos para comer. Hice el guiso que más
te gusta- y ahora lo que remuevo es el envase abierto que tiene los fideos y la
carne y el tomate y la cebolla.
-Pero basta de nariz.
Siempre te encantó ponerte el plumero en la cara. Nunca supe qué le encontrabas
de lindo pero cada vez que yo lo usaba para quitar el polvo, en cuanto me
descuidaba te lo llevabas a la cara y yo te retaba. Pero ahora no te voy a
retar. Te voy a pasar yo misma el plumero por tu piel. Sentilo, Edu, sentilo.
Estas son las plumas. Sentilas, sentilas todas.
Sí, y
están llenándome la cara.
-Escuchá: el tambor que
te regalaron cuando cumpliste seis años y con el que nos volviste locos por una
semana porque no había forma de que te lo quitaras ni de que lo dejaras de
tocar; y hasta que te olvidaste de él fue bastante difícil tener un ratito de
silencio y la casa parecía un regimiento preparándose para el combate todo el
tiempo.
-O el agua golpeando
sobre nuestro techo de chapa cuando llovía –y le digo a Lucía que abra la
canilla del baño y hago caer el agua con la manguera adentro de la olla-.
Escuchá, Edu, escuchá cómo cae. Sentí, olé, escuchá. Este es mi regalo, amor.
Tus sensaciones que vuelven, que no se fueron y vuelven.
Ya
entendí, grandecita. Ahora déjame que quiero quedarme con estos recuerdos que
me trajiste. Muy lindo todo. Pero yo sigo sin poder probar el guiso.
Y sigo
sin poder ver los jazmines.
-Y para terminar,
otro pedacito de la historia de Ulises, el que se enfrentaba con tantos
problemas para volver a Ítaca. Resulta que navegando con sus amigos llegó hasta
donde estaban las sirenas. Todos ellos sabían, como buenos marinos, que si
escuchaban su canto se irían sin remedio hacia ellas y chocarían contra las
rocas de los acantilados, que estaban llenos de los esqueletos de otros hombres
que habían caído en la trampa y se habían dejado encantar por esas voces
maravillosas. Pero Ulises quería escucharlas. Entonces ordenó que todos los
tripulantes del barco se pusieran cera en las orejas y que a él lo ataran al
palo mayor, para poder oír el canto sin peligro de ordenar a su tripulación que
guiara el barco hacia los acantilados. Así lo hicieron, pero la voz de las
sirenas era dulcísima y contaba que ellas sabían los secretos que pueden llevar
a la felicidad de los hombres y también conocían el destino que habían corrido
en esos años todas las personas que Ulises amaba. Ulises hacía esfuerzos
terribles por zafarse y salir corriendo hacia ellas. Trató y trató pero no
sirvió de nada porque sus hombres sabían hacer ataduras muy duras y hasta
alguno se paró y ató todavía más fuertemente a su jefe. Él se lastimó las
muñecas y las piernas y quedó agotado, pero fue el único hombre que pudo oír la
melodía de las sirenas y contar luego lo que se sentía al escucharla.
-Es de noche, amor.
Ya son más de las 12, así que tu cumpleaños legalmente terminó. Espero que te
haya gustado mi regalo. Lo pensé mucho, te lo aseguro. Ojalá haya acertado.
¿Sabés qué acabó de decidirme? ¿Te acordás de cuando leímos El señor de los
anillos, que Gandalf le dice a Frodo, una vez que se quedan hablando solos, que
lo que tienen que hacer los hombres es lo mejor que puedan en el tiempo que les
toca vivir? Bueno, eso quise hacer. Sentí que nos había tocado este tiempo
oscuro, cielo, y que si no podíamos hacer lo que queríamos al menos teníamos
que intentar hacer lo más lindo que se nos ocurriera en estos días que llevamos
aquí. No sé… me gustaría no haberme equivocado.
Yo
tampoco sé, mamá. Creo que los dos estamos haciendo lo que podemos. A mí
también me hubiera gustado más la pelota pero tenés razón, ¿de qué me hubiera
servido ahora? Estuvo lindo tu regalo. Lo que más me gustó fue el secador de
pelo. Eso del viento en la cara estuvo bueno.
Ah, y
la historia de Ulises y las sirenas también estuvo buena.
-¿Qué te estarás
diciendo, Edu? Me pone loca no poder escucharte.
¡Que
la historia estuvo bien pero que lo que más me gustó fue eso del secador de
pelo, del viento en la cara! ¿Qué tenés en las orejas? ¿Un elefante muerto?
-Seguro que te estás
preguntando por papi.
No, te
grité que el que estaba muerto era el elefante, no mi papá. Pero si querés,
dale, seguí. Nunca habíamos hablado de… de eso.
-El otro día,
mientras te preparaba las cosas para tu cumple, se me ocurrió que nunca
hablamos de la muerte de papi. Debe ser porque yo no quería darme por enterada
de que había perdido a mi amor grande y que encima mi amor chiquito (porque en
esa época sí eras chiquito) iba a… tener que pelear… para… Pero estuve tonta.
Tendría que haberte sentado en un sillón para que me dijeras todo lo que
sentías.
Ya te
lo dije hace bastante, pero no me escuchás lo que pienso… lo mismo que hacía yo
antes, y vos me retabas porque no te daba bolilla. Pero igual te lo voy a
repetir. Cuando pasó lo de papá me sentí más, eh, frágil. Ahora también me
siento más frágil. Mirá vos, vengo a descubrir ahora que un papá sirve para ser
más fuerte. Yo pensaba que jugar con él a la pelota era jugar a la pelota y
listo. A otra cosa. No sabía que era una especie de cemento. Bah, en esos días
yo no pensaba en eso ni en nada. Lo único que me preocupaba era que no me
metiera goles, sobre todo esos tiros despacito, cerca del palo, que eran los
que me daban más rabia. Y él me los acomodaba lo más lento posible para que me
diera en serio mucha más bronca. Era bueno en eso el viejo. Yo qué sé. Era
bueno. Hasta que se durmió. Y ahora yo que no me despierto por más fuerza que
haga. Tengo miedo de que me pase lo mismo.
-Debés tener un miedo
bárbaro de que todo esto termine igual que aquello. Pero ya te dije que no,
Edu. Ahora sé que tengo que traerte de vuelta. Y, sobre todo, vos sabés que
tenés que volver a casa.
Sí, ya
sé que tengo que volver, grandecita. El problema es que no sé cómo. Me pasa lo
mismo que a Ulises. Mirá que hago fuerza para abrir los ojos, eh. Y no hay
caso. No se quieren abrir por nada. Me la paso tirándolos para arriba y siguen
más cerrados que no sé qué. Bueno, ahora estoy cansado, ma. No sé de qué pero
estoy cansado. Así que voy a dormirme dormirme. Ya me pudrí de estar dormido
despierto.
-Bueno, Edu. Ya es
tarde y la verdad no doy más. Mañana cuando vuelva del trabajo la seguimos.
Hasta mañana, chiquito.
Hasta
mañana, grandecita.
Hace tres semanas que
fue el cumple de Edu y él sigue igual y yo sigo igual y el mundo sigue igual.
Estoy aquí en la oficina, arreglando papeles que no me interesan a gente que no
me interesa. Lo único que de verdad me importa sigue dormido en una cama de
hospital. Y ahora encima suena el teléfono y es una voz horrible que me dice
que no sé qué de complicaciones y de dificultades y que mejor vaya y yo ya no
escucho más y manoteo la cartera como puedo y salgo corriendo y todos me miran
y lo que me importa que me miren pero corriendo llego al tren porque es más
rápido que un taxi y corriendo lo tomo y corriendo voy llorando en el viaje y
pidiendo que otra vez no, que no con mi sueñito dormido. Y bajo del tren y
corro hasta el hospital y subo las escaleras y ahora no me dejan entrar porque
están haciendo no sé qué cosa y yo me quedo afuera con una puerta cerrada y mis
ganas de prenderle fuego al universo.
-El Melas es una suma
de minihemorragias- me dice Fabián-. Yo ya te avisé que de ese tema se podía
despertar o no. Eso sigue igual. Pero como el cerebro no está trabajando a
pleno, las demás funciones del cuerpo también se ven dificultadas. Ahora
tuvimos una complicación respiratoria. Para que entiendas, tuvimos que hacer
una limpieza de los pulmones de Eduardo. Parece que lo peor ya pasó. Pero no te
puedo asegurar que no se vuelvan a repetir cosas así. Podés pasar a verlo pero
hoy solamente un ratito. Ah, y no te quedes a dormir, al menos por esta noche.
Ya mañana, si todo sigue mejorando, hacés lo que tengas ganas.
-Eso me dijo Fabián,
amor. Que hubo un problema en tus pulmones, es como si se hubieran ensuciado,
pero que ya te los limpiaron y que a partir de mañana puedo hacer lo que
quiera. Pero es mentira y vos y yo sabemos que es mentira, porque si pudiera
hacer lo que quisiera, te llevaría conmigo a la plaza y aprendería a patear
fuerte únicamente para molerte a pelotazos. ¿Cómo te decía papá? Ah, sí, para
llenarte la canasta. Hace no sé cuánto que no hago lo que quiero. Apenas hago
lo que puedo y nunca me alcanza.
A mí
tampoco, ma. También tengo ganas de hacer eso que decís, lo de la plaza, digo,
y todo el asunto, pero igual lo que más me costaban no eran los fuertes sino lo
que me colocaba al ladito del palo, como pidiendo permiso. Pero no ahora,
porque lo de la limpieza de mis pulmones me dejó un desastre. Fue feo, ma. No sé,
como cuando alguna ola del mar me revolcaba y empezaba a tragar agua por todos
lados y no sabía cómo salir, aunque el agua no me llegara a la cintura. Bueno,
algo así. Tenía ganas de llamarte, grandecita, pero ni mi voz de la cabeza me
salía. ¿Así que no te podés quedar a dormir aquí? Es una porquería porque esta
noche voy a tener miedo. Ahí está de nuevo ma, ahí está otra vez el mar, otra
vez me viene toda el agua que me revuelva y yo no sé cómo salir. Dame la mano,
dame la mano y sácame.
Te veo moverte como
no te vi nunca y sé que hay otra vez complicaciones y corro a avisar porque es
lo único que puedo hacer porque yo no sé de tu cuerpo más que lo que siempre
supe por afuera y ahora me arrepiento de no haber estudiado más en estos años
todo lo que se hubiera publicado sobre lo que tenés, como aquel papá de Estados
Unidos que descubrió la cura para su hijo sin ser médico ni nada y yo que no
descubrí ni siquiera la forma de avisar más rápido.
-Estoy afuera de tu
pieza, chiquito. Ya terminaron de limpiarte por segunda vez y no me dejan
entrar pero hoy me quedo aquí en el pasillo y miro tu puerta cerrada. Mi mundo
se hace cada vez más estrecho. Hasta ayer era una pieza de dos por tres y ahora
es apenas un pasillo y una puerta cerrada. Estoy diciendo esto en voz alta
porque quiero convencerme de que todo sigue siendo posible y la gente pasa y me
mira. Pero pienso en la vergüenza que te daría si me vieras y me sonrío sola, y
sé que te daría más vergüenza y me vuelvo a reír y así. Y como no quiero
jugarte sucio (digo, hacer cosas que sé que no te gustarían solamente porque no
podés verlas), dejo de hablar sola pero no de sonreír y sigo en mi nuevo mundo
de pasillos y de puertas con muchos amigos y muchos parientes que vinieron a
verme para estar conmigo y yo tan sin vos.
-Ya pasó una semana
de la limpieza de tus pulmones, amor, así que podemos festejar que hoy se
cumplen siete días de tus pulmones limpiecitos. ¿O se dice “limpitos”? Bah, no
importa. No usemos tanto diminutivo que habíamos quedado en que vos no eras más
chiquito sino grandecito… Es decir, qué tonta soy. Que vos no eras más chico
sino grande.
Menos
mal que te diste cuenta sola, grandecita. ¿Ves? Yo sí puedo seguir usándolos
porque son para mí solo y así sí vale. Así que una fiesta. Y qué vendría a ser,
¿un cumplepulmón?, ¿un pulmeaños feliz? ¿Ya pusiste las guirnaldas? Ya no
quiero más festejos acostados, mami. Quiero pararme.
-Aunque ya debés
estar hasta el pelo de mis festejos idiotas.
No,
grandecita, no son idiotas. Guau, en serio que a veces me parece que me
escuchás. Lo que pasa es que no sé qué hacer para despertarme y eso me pone
triste. Pero no me hagas caso. Si querés festejar que estoy limpito o
limpiecito o como se diga, lo hacemos y está todo bien, ¿eh?
-Con tanto lío que se
vino en los últimos días nos olvidamos de seguir dándole bolilla a los caminos
de tu regreso. ¿Cómo va ese tema, Edu?
No sé,
ma. Creo que no va. Yo me siento siempre igual. No entiendo qué querés decir
con eso de que tengo que trabajar para el regreso, si desde que me quedé
dormido no hago más que empujar para arriba los párpados, para afuera los dedos
y lo único que consigo es cansarme la cabeza.
-Supongo que muchas
veces te preguntarás cómo se vuelve, qué podés hacer para despertarte. Nada,
amor. Es decir, nada distinto de lo que estás haciendo. Escucharme. Sabe que
estoy aquí. Mientras me escuches es que estás volviendo. Se empieza a volver
por las orejas. Las orejas son las primeras que vuelven. Tus orejas. Como el
día de tu cumple, ¿te acordás? Primero aparecen las orejas, después la nariz,
después la piel, y al final van a llegar los ojos y la boca. Eso es lo más
difícil, lo que lleva más tiempo. Lo que no tenés que haces es perder la
paciencia. Volver de la panadería vuelve cualquier pelagatos. Volver de un
sueño como este es bastante más complicado.
Sí, el
tema es que a la panadería yo ni siquiera puedo ir. Bueno, ahora déjame que
estoy cansado. Tanto ir y venir hace mal. Mañana sigo caminando.
Hoy le voy a contar
sobre las vacas del Sol. Eso le va a gustar. Mientras voy en el tren releo la
historia porque mi Homero me quedó un poco lejos y ya no me acuerdo tanto de
todo lo que pasa…
-Hola, amor, ya
llegué. Vine todo el viaje desde el trabajo pensando en lo que te iba a contar
y después de mucho meditar llegué a una conclusión llena de sabiduría. Hoy te
preparé la terrible historia de las vacas del Sol.
Uy,
grandecita. Muy prometedor tu cuento esta vez… no, muy sabio en serio. Me
imagino la espantosa lucha de Ulises contra la peligrosísima vaca. No, es que
de verdad hay cada ternera que mete un miedo que mejor ni te digo.
-No te lo conté,
bueno, no te lo conté porque hay varias cosas de la vida de Ulises que todavía
nos falta conocer, pero resulta que una vez llegó a una isla que estaba
habitada por una hechicera muy poderosa llamada Circe, que además de ser muy
poderosa era enormemente bella.
Ya sé.
Y se mandaba sus buenos asaditos con las vacas esas del Sol. Horripilante.
-Bueno, los
compañeros de Ulises llegaron hasta el palacio de Circe, ella los hizo pasar
como si fuera la mejor anfitriona del mundo y una vez que estuvieron adentro,
pum, los convirtió en chanchos. Pero uno de ellos, Euríloco, puedo escapar y
corrió a avisarle a Ulises. Nuestro hombre volvió y, con la ayuda de un dios,
consiguió rescatar a sus amigos, hacer que Circe los volviera a su forma humana
y hasta logró que ella se enamorara de él. Estuvieron un año en el palacio de
Circe comiendo y pasándola bárbaro hasta que decidieron partir para tratar de llegar
al fin de Ítaca. Pero antes de irse, la hechicera les previno que por nada del
mundo se detuvieran en la isla donde estaban las vacas del Sol y sobre todo
que, si las veían, no les hicieran nada. Ya te imaginarás lo que pasó.
Sí, me
imaginaré, pero igual preferiré que me lo contarás. O sea, me gustará que me lo
contarás vos.
-Llegaron a la isla.
Ulises se quedó dormido y sus compañeros no pudieron aguantarse el hambre.
Hicieron todo lo posible pero algunos de ellos dijeron que preferían morir
aplastados por los dioses que de hambre, que era la peor de las muertes y la
más indigna para un guerrero. Se ve que varios estaban bastante cansados de
Ulises porque los metía en un problema detrás de otro. Así que aprovecharon que
el jefe no estaba y pusieron manos a la obra. Mataron varias vacas y se las
comieron. Como las vacas pertenecían a Apolo, el dios del Sol, cuando este se
enteró le pidió a Zeus que castigara a los asesinos. Zeus estuvo de acuerdo con
su hijo en que los culpables debían ser castigados y, lleno de furia, mandó un
terrible rayo contra el barco, lo hundió y mató a todos los tripulantes menos a
Ulises, que logró flotar sobre uno de los mástiles hasta una isla. ¿Qué tal?
Una buena historia, ¿no?
Sí,
sobre todo porque Ulises sale vivo. Aunque ahora voy a pensarlo dos veces cada
vez que me prepares una hamburguesa. Pero no, en serio. Estuvo bueno. La verdad
que esa historia de las vacas no prometía demasiado y al final creo que fue la
mejor. Y Ulises se salva, no nos olvidemos de eso.
-Bueno, voy a buscar
más historias de Ulises a ver con cuál seguimos. Ahora volvamos un poco a
nuestra propia aventura que está bastante buena para escribirla, no te vayas a
creer. Estuve pensando en lo de tus pulmones del otro día, cuando hubo que
limpiártelos, y en que te habrás quedado pensando sobre lo que se puede hacer
para que no te vuelva a pasar.
No, la
verdad que no, ma. No lo pensé para nada. Me pareció que si había pasado dos
veces era porque podía pasar tres. Yo qué sé, grandecita, no te puedo decir las
cosas que se me ocurren o las que no se me ocurren porque no te puedo decir.
Pero a ver, contame de vos. Te estás haciendo una experta en hacer de Eduardo.
Ya no sé si me escuchás o te estás volviendo de yo.
-Y como ya te dije
mil veces que no te voy a mentir nunca, en esto tampoco lo voy a hacer. No se
puede hacer mucho. O sí, estar atento, para que vuelve a pasar te limpiemos
otra vez, y así hasta que te despiertes. En fin, que al final vas a ser el tipo
con los pulmones más limpios del mundo. Bueno, amor, ahora me voy a casa que
mañana tengo que hacer varias cosas temprano. En cuanto salgo del trabajo vengo
y me quedo, ¿eh? Esperame que ya sabés que odio que me dejen plantada.
Chau,
graciosita.
Siguen pasando los
días y cada vez tengo menos recuerdos de cómo era todo antes del sueño. Creo
que ya me había empezado a acostumbrar a la ausencia de mi amor grande, aunque
no podría asegurarlo… En una de esas lo digo ahora porque desde que empezó el sueño
de Eduardo hasta esa memoria se me hizo borrosa. No es que se me haya quitado
del alma ni nada por el estilo pero se me puso en suspenso, en una parte del
corazón que ya no uso. Tal vez cuando pueda dejar mi tarea de guía pueda volver
a tener un corazón sin desvanes para guardar los cachivaches más amados del
pasado. Es que me volví toda presente, toda hoy. Una gran ahora que camina.
¿Qué pensará mi chiquito de esta madre en polvo, esta madre instantánea que le
cayó de golpe?
¿Cómo
vivía yo antes de quedarme dormido, antes del mar revolcándome en eta playa de
hospital con pulmones sucios y pulmones limpitos, antes de estas charlas de
mamá entre ella y ellayo, entre yoella y ella? ¿Cómo era mi vida sin el
cablerío, cuando despertarme no era una obligación ni el final de ningún viaje
que no entiendo ni nada, sino abrir los ojos para ir a la escuela o para ser
sábado o martes o partido o prueba de Historia o Camila, y no enfermera con
cara de Camila sino Camila de verdad? Ya no quiero más Ulises de los griegos,
ni peleas contra gigantes estúpidos que se tragan eso de que un tipo se puede
llamar Nadie, ni Ulises que tienen que atarse para no ir a estrellarse contra
las rocas porque unas tipas con cola de pescado los llaman, ni dioses que hagan
bolsa los barcos porque unos marineros con hambre se hicieron un asado con sus
vacas de cuarta. Ya no quiero más los viajes de Ulises.
Otra vez mi llegada.
¿Cuántas veces llegué ya? ¿Cómo diría Homero? Ah, sí. ¡Ea, mortales, yo,
Mónica, la de relucientes tobillos, volveré al sitio de mi juramente tantas
veces como lo disponga el padre Zeus, que amontona las nubes, así mi destino le
sea ingrato a los inmortales todos que habitan el vasto Olimpo! No sería una
mala frase para la Odisea. Tiene que ver con Ulises y además es verdad, aunque
mis tobillos ya no sean tan relucientes.
-Buen día, Edu. Hablé
con Fabián para preguntarle si él me podía decir cuándo podía pasar algo que
apurara tu regreso, y me contó que hay algunas cosas adentro tuyo que le parece
que van mejor. Me dijo que eso es bueno, pero que tampoco me puede asegurar
nada. En realidad, ya sabía su respuesta, pero ¿sabés? A veces me pasa lo que
te digo siempre que no te tiene que pasar a vos: perder la paciencia. Tengo
tantas ganas de tenerte entero que me cuesta aceptar que por ahora tengo
solamente tu sueño.
Acordate
de lo que le dijo Gandalf a Frodo, mami. Lo que tenemos que hacer es lo mejor
que podemos en el tiempo que nos toca. ¿Ya te olvidaste, grandecita? Vos me lo
leías y me lo dijiste varias veces en este tiempo. Y después está Ulises, el
que oyó a las sirenas, el que con el gigante de un solo ojo se hizo pasar por
Nadie. Es como yo. Nadie está dormido. Nadie quiere volver. Nadie es Eduardo.
Tengo que dejar de ser Nadie. Eso es lo mejor que puedo hacer en el tiempo que
me toca. Dejar de ser Nadie. Dejar de ser nadie. Creo que ahora entiendo. Creo
que estoy empezando a entender.
-Bueno, ya que
tenemos un ratito los dos solos, volvamos a nuestra historia de Ulises. Otra
cosa que no te conté, y que le pasó al pobre hombre antes del asunto de las
vacas del Sol, fue el encuentro con dos monstruos terribles que tenían su
morada cerca de los límites del mar. Uno de esos monstruos era Escila, la
aulladora, una bestia con doce patas (que en realidad eran doce muñones) y seis
cuellos largos, que podían llegar hasta las mismísimas cubiertas de los barcos.
El otro monstruo, que encima vivía enfrente de Escila, se llamaba Caribdis y
chupaba el agua del mar y después la vomitaba, Y claro, si en el agua que se
tragaba había un barco, chau barco y chau la gente que estuviera arriba.
Caribdis era la muerte segura para todos, y Escila para seis, porque solamente
podía llevarse a un hombre en cada uno de sus cuellos. Ulises eligió pasar más
cerca de ella y ocurrió lo que tenía que ocurrir: perdió a seis de sus
compañeros.
Fuera
los monstruos. Pasemos rápido y perdamos lo menos que se pueda. No, si ya voy
agarrando tu paso, grandecita. Escila y Caribdis, al canasto de la ropa sucia.
Que mis amigos no están para ser el almuerzo de ningún bicharraco, por más
bocas que tenga.
-Tengo que terminar,
amor, porque al final, después de Polifemo y de Circe, y de Escila y de
Caribdis, y de Apolo y sus vacas, y de toda la historia, Ulises llega
finalmente a Ítaca. Y ahora voy a hacer un silencio para darte tiempo a que me
preguntes, a que te preguntes; o sea, a que te/me preguntes.
Sí, ya
te entendí, grandecita. Te/me tengo que preguntar qué pasó cuando el bendito
Ulises llegó a la bendita Ítaca. Espero que le haya ido bien, porque si no,
tanto lío para nada.
-Supongo que, como
corresponde a un chico inteligente, querrás saber qué pasó con Ulises cuando
llegó a su reino. Su esposa ya no tenía más excusas para retrasar la elección
de su marido y futuro rey de Ítaca. El truco de la manta ya había sido
descubierto y debía elegir entre los pretendientes que, de paso, estaban
comiendo y tomando a costa de Penélope sin que ella pudiera hacer nada para
evitarlo. Ulises apareció disfrazado de mendigo, se aguantó las burlas de los
pretendientes y, cuando llegó el momento, tomó su viejo arco, uno que sólo él
podía tensar, agarró varias flechas y no dejó títere con cabeza. Así volvió a
ser rey de su tierra y recuperó a su esposa y a su hijo.
Lindo,
ma. Yo qué sé. Lindo. Pero yo sigo dormido.
Ahora estoy sola en
la hora de almuerzo en el trabajo, pero no fui a ningún restaurante ni bar ni
nada. Me vine hasta la plaza que queda cerca de la oficina a sentarme debajo de
estos árboles que son tan enormes que necesitan de unos palos gordísimos para sostener
sus ramas más grandes. Y vuelvo a pensar en Ulises, cuando por fin pudo volver
a su isla, a Ítaca, y a Penélope y a su hijo. ¿Cómo se llamaba el muchacho? Ah,
sí, Telemaco. Y cuando pudo volver a tener a Telémaco entre sus brazos. ¿Qué
habrá sentido? Es tan difícil volver a Ítaca si en el camino hay sirenas,
cíclopes, brujas, naufragios. Y cuando finalmente se llega… ¿qué pasará por la
cabeza? ¿Qué estará pasando por la cabecita de mi chiquito querido? Ufa, otra
vez los diminutivos. Bah, ahora estoy sola. Me puedo permitir ciertas cosas,
¿eh, mi chiquito amadito, eh mi dormidito loquito? Pero algo está pasando
también adentro mío. Nunca hablé así. Así, digo, con tanta seguridad de que
Ítaca está cerca, de que Telémaco está cerca, de que la manta de Penélope y el
tejido interminable sirvieron para que rey volviera a su reino.
Tengo que ir al
hospital. Hay un rey que quiere su isla.
-¡Tengo que volver!
No hay trabajos a la tarde si hay un rey que quiere su isla, no hay ni siquiera
tarde a la tarde. ¡Hay solamente un rey que quiere su isla! –y voy gritando
como loca porque ahora sé que lo que me pasa es que no entiendo cómo ni por qué
descubrí que el rey quiere su isla y va a tener su isla. Con sus ojos abiertos
la va a tener, con sus dedos enteros la va a tener, con su boca hablando.
-¡Ítaca, amor, allá
está Ítaca, amor! –y todos me miran con pena por esa mujer tan joven y tan
loca, pero es que no saben, no saben de todos mis tejidos con sus lanas. De
todas mis noches tejiendo, esperando, y ahora de golpe sé que Ítaca está tan
cerca, tan a la mano…
Yo no
sé de parpados. Pero este de la derecha está más livianito…
Y en el tren me voy
riendo sola y voy llorando sola porque, gracias, isla mía, y alguien que
alcanza un pañuelo y, gracias, pañuelo ajeno. ¿Y yo cómo lo sé? No sé cómo lo
sé, pero sé que lo sé.
-¡Tierra a la vista!
Sí, amor, es Ítaca. Es tu isla, majestad
Yo no
sé mucho de dedos, pero este dedo gordo del pie se movió. Poquito, pero se
movió.
-Yo estaba segura de
que encontraría el camino –le digo a mi vecino de asiento que me mira raro
porque no entiende nada de lo que digo, pero igual le sigo contando que nada de
cíclopes, ni de sirenas, ni de brujas hermosas ni de monstruos aulladores de
seis cuellos, sino solo el camino. Un camino y una isla. Una Ítaca que espera y
una mujer que ha tejido.
Ahora
sí que se movió. Ahora, seguro. Ese dedo gordo se movió. No, el dedo solo no,
ese pie entero se movió. ¿Y la
pierna? ¿A ver la pierna?
Ahora voy tranquila
por la calle que llega al hospital. Hoy todos los caminos son para llegar,
todos los senderos van a una sola cama. No necesito apurarme. La puerta va a
estar abierta. Está.
Sí, la
pierna también, ¿Y el párpado? También.
El ascensor va a
estar en planta baja. Está.
Y de
golpe todo este movimiento a mi alrededor que es como en las películas, pero
ahora puedo verlo y esa rubiecita debe ser Lucia: y sí, era linda en serio pero
sin la cara de Camila; y allí está Fabián con cara de querer hablarme y me
habla; y supongo que tengo que contestarle y le digo “hola”, y pucha, qué
pedazo de sonrisa por un “hola” así nomás.
Fabián va a estar en
la puerta del cuarto con una sonrisa de oreja a oreja. Está Fabián. Está la
sonrisa. Y yo lo abrazo fuerte porque fue un buen libretista. Y entro a ver
cómo es ahora Ítaca. Y él está sentado en la cama, con un piyama nuevo. Y no
tiene tubos. Y está solo él mirándome, y yo me recuesto contra la puerta y lo
miro largo, largo, y apenas me sale una nada de voz, un como perdón de mi voz
de siempre, y puedo decirle:
-Hola, Ulises.
-Hola, Mami- me dice.
Y entonces sí. Entonces puedo dejar por fin
que me venga todo el llanto de golpe, todo,
todo, todo junto, y me empiezo a resbalar
por la puerta hacia el piso, hasta quedarme
sentada con toda el agua que me cae como
desde diez meses me cae, como desde un
chiquito dormido me cae, y ya no me importa
nada, ahora de verdad solamente quiero que
me digan para siempre que el tejido está
terminado y que Ulises ha vueto...