EDUARDO PAVLOVSKY
“LA MUECA”
PERSONAJES
Y REPARTO DEL ESTRENO
Sueco…………………………………………………..Oscar
Ferrigno
Aníbal………………………………………………….Claudio
Lebrino
Turno…………………………………………………..Victor
Hugo Vieyra
Flaco……………………………………………………Fernando
Rozas
Elena……………………………………………………Fabiana
Gavel
Carlos………………………………………………….Eduardo
Pavlovsky
Escenoarquitectura
y vestuario………….Luis Diego Pedreira
Dirección…………………………………………….Oscar
Ferrigno
Presentada
por Grupo de Actores Profesionales (G.A.P.) se estrenó en el Olimpia, el 12 de
mayo de 1971.
PRÓLOGO
Faviana
Gavel me informó –tenía noticias indirectas- que Pavlovsky había escrito una
último obra cuyas referencias eran “sensacionales”.
Hacía
tiempo que Fabiana y yo buscábamos algo que nos permitiera realizar juntos un
nuevo espectáculo y el encuentro con Pavlovsky no dejó de sorprendernos.
En
efecto, “La Mueca” (esa era la obra), existía y parecía ser realmente todo lo
inquietante que nosotros deseábamos; pero… todavía no estaba escrita.
Entendimos luego que tratándose de Pavlovsky esto no debía sorprendernos
demasiado. En él, las ideas y las imágenes crecen hasta el momento en que
“vomitarlas” (son sus palabras), le es absolutamente imperioso.
Y
comenzó así la primera etapa de una experiencia que, no por lo novedosa sino
por lo intensa, resultó apasionante. Casi a diario el autor producía material e
ideas que se modificaban o descartaban en común, sin faltar el estallido
eufórico por algún objetivo que creíamos cumplido.
Un
día consideramos que el material estaba completo y que para abordar su
realización, debíamos dejarlo “descansar”. Pasaron meses y muchas cosas
cambiaron, otras se hicieron innecesarias, algunas mudaron su lugar…
Necesitábamos, otra vez, verla en conjunto y como algo nuevo. Nos reunimos,
hicimos una lectura… y ¡Nos gustó mucho! “La Mueca” seguía siendo ella misma y
había pasado su segundo examen.
Y
comenzó la tercera etapa… Tres meses de ensayos que fueron duros, pesados,
dolorosos; que creíamos no iban a terminar nunca… y en el transcurso de los
cuales con la suma del invalorable aporte de los actores y el escenógrafo
volvimos a cuestionar, poner a prueba todo: lenguaje, personajes, situaciones,
conflictos… ¡Y muchas cosas volvieron a alterarse!... Pero la obra,
milagrosamente, seguía siendo “La Mueca”, y cada vez más idéntica a aquella que
Pavlovsky no había escrito todavía, cuando fuimos a pedirle un ejemplar para
conocerla.
Que
todo haya transcurrido así –al margen de lo anecdótico- se explica simplemente
de una manera: ¡Todos sabíamos desde el principio lo que queríamos
decir!...Hecho cada vez menos frecuente
Ya
han trascurrido para “La Mueca”, más de cien representaciones; la crítica, las
opiniones “calificadas” y el público se han manifestado generosamente… y a
nosotros “La Mueca” todavía nos sorprende, ¡Nos da miedo! Sabíamos que era una
obra límite en su forma de expresar lo que quería, pero sentimos que esos
límites son cada vez más rígidos, estrechos y exigentes en su contacto con el
público.
Nos
sucede habitualmente que salimos del escenario comentando las reacciones del
público y nos damos cuenta de que los sometemos a un gran esfuerzo… no tienen
paciencia frente a un mal espectáculo, no de comprensión (ya que no hay nada
hermético en su planteo), sino a un esfuerzo de mayor o menos aceptación de sí
mismos… ¡pero sin imposturas!
Toda
la violencia, la agresividad, los enfrentamientos sin concesiones para desenmascarar
una falsa ética, están dirigidos a impedir la indiferencia del espectador que
es consiente casi siempre del “gran cambio” necesario en todos los niveles;
pero que no siempre los acepta porque… como dice Beto Gianola en un brillante
trabajo: “Todos sabemos que el cambio es indispensable pero “Uy…cómo duele”, y
es en ese sentido que “La Mueca” actúa por demolición.
OSCAR
FERRIGNO
ACTO PRIMERO
“Oscuridad
total. Ruido de puerta que se abre. Luz, se observa un living moderno, muy bien
puesto. Entra el Sueco: es un personaje con aspecto extravagante, extraño. Mira
el lugar como si lo conociera. Se saca los zapatos. Detrás de Sueco aparece el
Turco, de características más sencillas, más vulgares. Se queda parado en la
puerta mirando los movimientos del Sueco. A su lado está Aníbal y el Turco,
también de aspecto sencillo. El Turco lleva dos grandes valijas. Aníbal y el
Turco parecen tan asombrados del lugar que no se han movido de la puerta. El
Sueco camina naturalmente por todo el living. Debiera contrastar la movilidad
espontánea del Sueco, con el asombro del Turco y Aníbal.)
SUECO.- ¿Qué hacen ahí parados, boludos? ¡Muévanse! ¡Y
sáquense los zapatos que van a ensuciar la moquette…! (Se acerca al bar y mira las botellas que
hay. El Turco no ha largado las valijas. Aníbal se sienta en el suelo y se
empieza a sacar los zapatos). ¿Y el flaco? ¿Dónde
está el Flaco?
TURCO.- (Con
las valijas en la mano.) ¡Se quedó comprando cigarrillos en la
esquina…!
SUECO.- ¡Entonces cerrá con llave!
ANIBAL.- (Ya
se sacó los zapatos y los dejó con los de Sueco.)
Venía caminando por acá.
SUECO.- ¿Qué?
ANIBAL.- ¡Que ya llega!
SUECO.- ¡Si lo invito quiero que sea puntual! Cerrá con
llave. (Aníbal cierra la puerta
con llave y da varias vueltas. Al Turco:) ¿Y vos? ¿Qué haces
con las valijas en la mano? ¿Querés largarlas y sacarte los zapatos, boludo? (El turco larga las valijas al suelo que
hacen un gran estruendo al golpear en el piso.) ¡Qué
bestia! Ni por joda te sale un movimiento fino a vos ¿eh? (El Turco sonríe y se saca los zapatos con
un cuidado obsesivo.)
ANIBAL.- (Mirando afuera.) Ahí
llega el Flaco; ¿le abro? (El Sueco no contesta.)
TURCO.- (Al sueco, con los zapatos en la mano.)
¿Los zapatos dónde los dejo?
SUECO.- ¡Metételos en el culo! (El
Turco no sabe qué hacer. Se ríe y deja los zapatos en el rincón, donde ya están
los otros. EL flaco golpea la puerta.)
TURCO.- ¿Le abro? (El Sueco se sirve una copa de
whisky.)
¿Le abro? (El flaco sigue golpeando la puerta, cada vez más fuerte.)
SUECO.- ¿y? ¿Qué te parece, Aníbal? (Pausa.)
¿Qué te parece? (Le toca la cabeza cariñosamente.)
ANIBAL.- (Devotamente.) Es
bárbaro esto. (Mirando a todos los lados.)
SUECO.- ¡Si querés un trago servite…! (Aníbal
asiente.)
TURCO.- ¿Las valijas las dejó ahí?
SUECO.-No; subilas y dejalas arriba. (Pausa.)
¡Vamos, dale! (El turco sube con las valijas. A Aníbal:)
¡Abrile! (Aníbal abre. Entra el Flaco, es el mejor arreglado y más
distinguido de los cuatro. Se hace claro de que pareciera responder a una clase
social más elevada. El Sueco lo espera. El flaco lo mira fijo. Se enfrentan.
Aníbal los mira muy tenso temiendo que ocurra algo. El Flaco parece no tener
miedo.)
FLACO.- Querías dejarme afuera, ¿no? ¡Me quedé comprando
cigarrillos, por eso me retrasé! Sos injusto, Sueco, ¿eh? ¡A veces pienso que
sos tremendamente injusto…!
SUECO.- ¡Caminá, artista! Caminá antes que te devuelva
empaquetado a tu mamita. (El Flaco cruza haciéndose l maricón. Mira el
lugar. El Sueco parece interesado por la opinión del Flaco.) ¿Y…
qué te parece? ¿Te gusta, pituquito? (El Flaco no le contesta. Mira
los zapatos. Están los tres pares en un rincón.)
FLACO.- ¿Van a venir los Reyes Magos hoy? (Ríen
los tres mientras el Flaco se saca los zapatos. Viene el Turco de arriba, se
tira en el aire desde la escalera gritando:)
TURCO.- ¡Flaco! ¿Llegaste? (Lo tumba de un tackle;
los dos caen por el aire. Aníbal se tira encima. El Sueco se ríe y los mira
protectoramente.)
SUECO.- ¿Dónde dejaste las valijas, vos?
TURCO.- En la bañadera.
SUECO.- No jodas, ¿Dónde dejaste las valijas? (Lo
agarra de la remera y lo está ahorcando casi.)
FLACO.- Largalo, Sueco; no te pongas grosero… Se te ve
tan mal cuando te ponés grosero.
SUECO.- (Al Turco.) Te pregunto dónde
dejaste las valijas. (Le pega un bife.)
TURCO.- Ya te dije, Sueco: en la bañadera.
ANIBAL. (Va al Turco y lo libera tomándolo él)
¿Estaba llena?
TURCO.- Si estaba llena qué
ANIBAL.- La bañadera.
TURCO.- ¿De qué?
ANIBAL.- ¡De agua, boludo?
TURCO.-No; estaba vacía. (El Sueco mira el
diálogo asombrado, como pensando, y estalla:)
SUECO.-Por favor, no dialoguen, ¡eh! No dialoguen ustedes
dos juntos sin pedir permiso porque son capaces de enloquecer a un burro. (Lo
agarra de una oreja al Turco.) Escuchame, Turco, vení. contame, ¿Cómo
fue que se te ocurrió dejar las valijas en la bañadera? Vení, querido, vení,
sentate.
TURCO.- No sé, Sueco, no sé. ¡Abrí las puertas de las
piezas y no me animé a entrar! Nada más…
FLACO.- ¿No te parece una maravilla, Sueco? ¡El turquito
tuvo miedo de poner las valijas en los cuartos y lo confiesa! ¡Tuvo miedo!... Y
entonces resolvió por su propio libre albedrío dejar las valijas dentro de la
bañadera. ¡Es magnífico! ¡Un acto de pureza! (El sueco lo mira y el
Turco parece muy contento de la explicación del Flaco.) Lo
que pasa es que el Turquito tiene imaginación, mucha imaginación. Toda la
lógica indica que las bañaderas no son buen lugar para dejar valijas, pero el
Turco es diferente, ¡Siempre fue diferente el Turco! Es un hombre con
imaginación; ¡Y desafiando las leyes del sentido común y de la lógica
aristotélica, nuestro buen amigo, nuestro compañero del alma, es capaz de
despojarse de todos los prejuicios de la educación tradicional y en un
verdadero acto revolucionario, en un verdadero orgasmo imaginativo, sorprende
al mundo con una actitud aparentemente insólita dejando las dos valijas dentro
de la bañadera! Imaginación que traduce la inquietud de una época
convulsionada. Sí, señores… de la imaginación al poder. (Aplausos
y vivas del Turco y Aníbal.)
TURCO.- ¡Eso! De la imaginación al poder.
SUECO.- (Pegándole una tremenda patada en el
trasero.) ¡Imaginación sí, pero no joder!
ANIBAL.- (Con una copa en la mano) Qué
cultura, viejo, qué cultura. ¿Viste cómo habla el Flaco, Sueco? ¡Parece que le
brotaran las palabras!
FLACO.- No, querido, no… eso no es cultura, es sólo
sensibilidad, algo que a ustedes les falta.
SUECO.- (Mirándolo fijo) ¿A
quién le falta sensibilidad…? ¡A ver, decime, Flaco! ¿A quién le falta
sensibilidad…?
FLACO.- (como mortificándolo en la espera, hace una
pausa larga) Al Turco y a Aníbal, por supuesto, ¡a ellos les falta lo
que nos sobra a nosotros dos! (El Turco se aproxima al bar.)
TURCO.- ¿Puedo tomar algo. Sueco? (El
Sueco no le contesta. Parece como abstraído.)
FLACO.- Sí… Tomá, servite, Turquito; el Sueco se está
concentrando. (De pronto el Sueco reacciona:)
SUECO.- ¡Bueno…! ¡Empiezo yo! (Y se
va arriba por las escaleras.)
ANIBAL.- Y… ¿Cuándo me llevás al campo vos?
TURCO.- ¿Me llevás a mi también, Flaco?
FLACO.- ¡Contestame la pregunta!
ANIBAL.- ¿Qué pregunta?
FLACO.- ¡Te pregunté para qué querés ir al campo!
ANIBAL.- ¡Y qué se yo, me gustaría ir! ¡El Sueco me dijo
que te pidiera a vos!
FLACO.- ¿Y vos, Turquito, para qué querés ir?
TURCO.- (Contundente)
¡Para ver cómo fifan los toros! (Aníbal y el Flaco se ríen a
carcajadas)
FLACO.- (curioso) ¿Así que te interesa
el sexo, Turquito? ¿En serio te interesa?
ANIBAL.- ¡Y no…! ¡Contale lo de tu hermana, Turco! ¡Dale!
FLACO.- ¿Cuántos años tiene?
TURCO.- ¿Quién?
ANIBAL.- Tu hermana, boludo.
TURCO.- Quince, ¿Por qué?
FLACO.- ¿Y te acostás con ella?
TURCO.- (Reacciona violento)
Oíme, che… ¿Qué querés decir?
FLACO.- (Se levanta.) ¡Si dormís en la
misma cama…! (Aníbal se sonríe.)
TURCO.- (A Aníbal.) ¿Y
vos…? ¿De qué te reís infeliz?
ANIBAL.- ¡De nada…! Contale lo que pasa a la noche, dale,
contale…
FLACO.- Qué pasa, Turquito, contá, vamos; soy tu amigo,
¿no?
ANIBAL.- ¡Dale! Contále que te acostás con tu hermana,
¡Dale!
FLACO.- ¿Es cierto eso?
TURCO.- Sí, pero ¡Lo hice dos o tres veces nada más!
ANIBAL.- (irónico) Duermen en la misma
cama, ¿sabés? No hay espacio entonces…
TURCO.- ¡Pero a fin de año me compro otra cama!
ANIBAL.- ¡Pero faltan tres meses para fin de año, piola! (El
Turco reacciona, se enfrentan)
TURCO.- Vos decís eso porque a vos no te da pelota, ¿eh?
ANIBAL.- ¿A mí? (Se agarran. El Flaco se acerca
a la pared y saca dos sables)
FLACO.- Che… ¡Paren! ¡Miren esto! (se los
da.)
ANIBAL.- ¿Cortan?
FLACO.- ¡Probalos con el Turco…!
ANIBAL.- ¡Agarrá uno, Turco, tomá! (Le
tira el sable de un lado al otro del escenario. El Turco agarra un sable y hace
fintas muy graciosas. Anibal con el otro sable también lo imita. La escena es
muy graciosa. El Flaco dirige y se pliega al juego. Los tres actúan como si el
hecho de jugar los excitara enormemente.)
FLACO.- ¡Caballeros! ¡A sus posiciones! El lance es al
primer corte. (Lo dice como un profesional.)
ANIBAL.- ¡jugado! Y vos, Turquito degenerado… ¡Te jugas?
TURCO.- (Juega con movilidad, con movimientos de
baile ruso.) ¡Te juego veinte rublos; mi abuelo era cosaco, maricón…!
ANIBAL.- Cosaco de las pelotas. (Le tira
un sablazo en la zona baja) ¡Turco de mierda! (El
turco esquiva el golpe con un salto acrobático.)
FLACO.- Los cosacos eran rusos, animal. (Riéndose
a carcajadas.) Y vos sos Turco, Turquito. ¿De dónde vas a
tener un abuelo cosaco, vos?
TURCO.- (Enojado) ¡Te digo carajo que mi abuelo era
cosaco! (Bajando
el arma) Me lo dijo el viejo, entendés, y yo al viejo le creo.
ANIBAL.- Subí el sable que te saco la cabeza. No hagás
política Turco, te falta información.
FLACO.- (Riéndose a carcajadas.) Está
bien, Turquito, no te enojes. (Se tienta cada vez más.)
TURCO.- (Cada vez mas engranado) ¡No
te rías de mi abuelo, eh! Te lo digo en serio, carajo. ¡No me gusta que te rías
de mi familia! (El flaco ríe hasta el paroxismo.)
FLACO.- Pero Turquito… te fifás a tu hermana, ¿y ahora
salís defendiendo el escudo de la familia?: no sigás hablando que me muero de
risa.
TURCO.- Mirá, Flaco de mierda que… (Amaga
sobre él. El Flaco se cae del otro lado del sillón, se oyen estertores de risa.
Aníbal provoca al Turco desde otro lado.)
ANIBAL.- Al gran cosaco se le ha perdido un pajarito y
dice que el Turco lo tiene. Por el gran cosaco turco. (Emite
un plato por la boca. El Turco se lanza sobre él. Se ve bajar al Sueco por la
escalera. Trae un portafolio. Al verlo, Aníbal y el Turco quedan inmóviles. Se
crea un silencio de expectativa. El Flaco emerge la cabeza del sofá para ver
qué sucede.)
FLACO.- ¿Qué pasa?
SUECO.- ¿Quién sacó los sables de la pared? Pongan
inmediatamente los sables en su lugar. Aquí venimos a laburar, no a joder. (Aníbal
y el Turco ponen los sables en la pared. El Flaco sigue tirado en el sillón.) ¿Y
vos qué hacés?
FLACO.- ¡Descanso y me cago de risa con estos dos!
SUECO.- ¡Andá a prepararte!
FLACO.- ¿Es una orden?
SUECO.- Un simple pedido de amigo, nada más.
FLACO.- Siendo así… (El flaco se levanta. Al
principio es reticente pero después sube.)
SUECO.- ¡Y ustedes también! (El
Sueco se queda solo. Camina por todo el lugar despaciosamente, como un felino.
Saca una de las carpetas que tiene en el portafolio. Mira hacia todos lados
como si preparara algo y leen (El Sueco
se queda solo. Camina por todo el lugar despaciosamente, como un felino. Saca
una de las carpetas que tiene en el portafolio. Mira hacia todos lados como si
preparara algo y lee la carpeta. Se peina con las manos. Hay gestos que pueden
sobrepasar la coquetería normal masculina. Se oye algarabía arriba. El Sueco se
impacienta. Ceden los ruidos. Algarabía otra vez. El Sueco se acerca a la
escalera:) ¿Qué pasa ahí arriba, carajo?
VOZ DEL TURCO.- (Riéndose.) Al
Gran Bonete se le ha perdido… (Están riéndose y armando un gran escándalo) ¡Te
rompo el…!
VOZ DE ANIBAL.- ¡Rajá, maricón! Andá, hacete… (Ruido
de movimientos físicos)
VOZ DEL FLACO.- ¡Vení, subí, Sueco! ¡Poné orden, por
favor! (El
Sueco sube corriendo las escaleras. Silencio; se ven rodar por las escaleras al
Turco y Aníbal en paños menores. Luego suben otra vez rápidamente. El Sueco
baja. Toma otra vez la carpeta. Baja el Flaco con la filmadora.)
FLACO.- ¡Están enloquecidos esos dos! (Lo ve
leyendo al Sueco)
¿Es el guión?
SUECO.- ¡Sí, pero no camina!
FLACO.- ¿Por qué?
SUECO.-Demasiado hecho. ¡Demasiado armado! No lo veo.
FLACO.- ¿Sabés una cosa, Sueco…?
SUECO.- ¿Qué?
FLACO.- Algo me imaginaba.
SUECO.- ¿Qué te imaginabas, geniecito?
FLACO.- ¡Que ibas a cambiar! Vos no sos un tipo de
ceñirte a nada. Tu fuerza, Sueco, radica en tu propia libertad imaginativa.
¡Vos sos un creador…! ¿O no lo sabías?
SUECO.- Sí… ¡Pero adónde voy? ¿Vos lo sabés?
FLACO.- No.
SUECO.- ¿Y confías en mi?
FLACO.- ¡Sí!...Confío. ¡Hay algo en vos que me hace
confiar siempre!
SUECO.- Decíme qué es, Flaco; ¡Me importa!
FLACO.- No sé. ¡Creo que sos capaz de llegar al final, a
todos los extremos! Tocar fondo, como vos decís, ¡Y creo es bien concreto! Uno
se deja llevar… ¡Y bueno, qué se yo! ¡Siempre descubre algún mundo nuevo!
SUECO.-Pero… ¿Te gustan o no?
FLACO.- ¿Qué?
SUECO.- Los mundos nuevos.
FLACO.- Y si no, no estaría acá, Sueco.
SUECO.- ¿Sabés que estoy nervioso? (Dirigiéndose
hacia la escalera:) ¡Y ustedes dos qué hacen que no bajan!
VOZ DEL TURCO.- ¡Me estoy poniendo los pantalones! (con
voz del juego del lobo)
VOZ DE ANIBAL.- (como mujer.) ¿Lobo
estás? ¡Me estoy poniendo los calzones!
SUECO.- ¡Bajen, payasos!
FLACO.- ¿Querés que preparemos algo?
SUECO.- ¡No! Esperá que bajen ellos. (El
Turco y Aníbal bajan. Viene uno a babuchas del otro. Traen una máquina de
escribir, un grabador, cables.) Linda parejita, ¿eh?
FLACO.- ¡Si! De degenerados. (El
Turco y Aníbal san vuelta al sillón.)
TURCO.- ¿Qué hora son?
ANIBAL.- Las diez y media.
TURCO.- ¡uy! Ya empezó el partido.
SUECO.- ¿Qué partido?
TURCO.- Juega Boca hoy. (El Sueco se molesta.)
ANIBAL.- ¡Poné la radio! (El Turco amaga al
combinado)
SUECO.- Aquí no escuchamos ningún partido, ¿me entienden?
FLACO.- Sueco… Los muchachos están nerviosos.
SUECO.- ¡Que se queden tranquilos y no hablen más!
¡Parecen cotorras hoy! ¡Aprendan a concentrarse! ¡A pensar! (Hay
una pausa grande. El Turco se concentra graciosamente como si hubiera obedecido
la orden del Sueco obsesivamente. El Sueco toma el libreto y lo hojea.)
FLACO.- ¿En qué pensás, Turco?
TURCO.- ¿Cómo sabes que estoy pensando?
FLACO.- ¡Se te ve…! ¿O no sabés que a vos se te ven los
pensamientos?
TURCO.- ¡Me estaba acordando de un sueño que tuve el otro
día! ¡Espantoso! Me venían a buscar a casa para decirme que jugaba el domingo
en la primera de Boca. Yo me quería morir. Yo le decía al tipo: “¿Y en lugar de
quién juego yo?” “De Rojitas. Está lastimado. Me dijeron que usted juega muy
bien y lo venimos a buscar”. Después no me acuerdo más nada. ¡Ah! ¡Si! Me
acuerdo que entraba al estadio, los papelitos… y al empezar nomás Madurga se
escapa por la derecha. “Centro, muñeco”, le grité. Muñeco tiró el centro. Yo
veía venir la pelota. Venía despacito, lenta. Venía justo para mi cabeza. Todos
los demás saltaban en cámara lenta y nadie le pegaba. De repente la veo bajar a
la pelota. Estaba solo, solito. Me tiro de palomita. ¡Y zás! Cerré los ojos y
le pegué aquí, mirá, con la mitad de la frente. “¡Gol! ¡Gol!”, gritaba todo el
estadio. “¡Gol!” Yo abrí los ojos despacito, bien despacito y de repente lo veo
a Roma que me dice: “¿Pero qué hiciste, boludo? ¿Me hiciste un gol en contra?
¿Qué tenés en la cabeza: mierda? ¿Para quién jugás?” El estadio se llenaba de
naranjas. ¡Yo quería rajar pero me resbalaba con las naranjas…!
ANIBAL.- ¡Pero qué pelotudo! ¡La única oportunidad en tu
vida de jugar en la primera de Boca y te hacés un gol en contra!
TURCO.- ¿Y qué se yo? ¡Era un sueño! Y además, el centro
vino de Madurga, ¿no?
ANIBAL.- ¡Te hubieras fijado antes de cabecear! ¡Sos
siempre el mismo atropellado, vos! ¡Mirá que perderse un gol así!
FLACO.- ¿Quién es Madurga?
SUECO.- Cómo se ve que no estás en la cosa ¿eh? ¡Vos sí
que sos un intelectual! (Suena el teléfono. El Sueco atiende. Tensión
general.) ¿sí…? ¡Sí! ¿Seguro…? Bueno. ¡Chau!
(Corta.)
Todo al pelo. ¡Ya salieron! ¡Ensayemos! (Todos van en busca de su
equipo: grabador, filmadora, máquina, etcétera.)
TURCO.- ¿Pero qué hacemos hoy? ¿Se puede ver el guión?
FLACO.- Hoy no hay guión.
ANIBAL.- ¿Cómo que no hay guión?
TURCO.- ¿Y entonces qué hacemos?
FLACO.- Vamos a ver cómo viene el asunto y después
improvisamos…
ANIBAL.- ¡Más divertido!
TURCO.- ¡A mí no me gusta!
FLACO.- ¿Por qué?
TURCO.- ¡No me gusta! ¡No me gusta trabajar sin guión…!
El Sueco se enloquece mucho…y…
SUECO.- ¿El Sueco qué?
TURCO.- ¡Nada…!
SUECO.-Bueno: ¡A ensayar! Primero, buscar posiciones. Yo
apago y ustedes se ubican… Ustedes y el material. ¿Está claro? (Todos
asienten. El Sueco va a la llave de la luz.) ¿Listo? (Asentimiento
general. El Sueco apaga la luz.)
TURCO.- ¡Ayyy!
SUECO.- (Prende.) ¿Qué pasó ahora?
TURCO.- (En el suelo) ¿Quién
fue el hijo de puta que me puso el pie? (Todos ríen)
SUECO.- Bueno, ¡Basta! Seguimos (Apaga.
Hay una pausa y vuelve a prender. No hay nadie. Todos han desaparecido. Se
pasea controlando todo y vuelve a la llave de luz.)
Bueno, muy bien… Apago y salen. ¡Listo! (Apaga. Pausa. Vuelve a
encender y todos están en el centro del escenario.)
TURCO.- ¿y ahora?
TURCO.- ¿y ahora?
ANIBAL.- ¿Qué más?
SUECO.-Nada más, ya no hay tiempo, están por llegar. Cada
uno en su lugar esperan concentraditos, ¿eh? (Va a la llave de luz)
¿Listo? (Asienten.
Apaga. Pausa en oscuro total.)
VOZ DEL TURCO.- ¡Suecooo!
VOZ DEL SUECO.- ¿Quién sos?
VOZ DEL TURCO.- ¡Soy yooo!
VOZ DEL SUECO.- ¡Pero quién sos, tarado, si no te veo!
VOZ DEL TURCO.- Soy yo…
El Turco… ¿Puedo ir al baño?
VOZ DEL SUECO.- ¡Ahora no!
VOZ DEL TURCO.- Es que no voy a aguantar…
VOZ DEL SUECO.- Sí, vas a aguantar.
ANIBAL.- Che, siempre el mismo chancho éste
SUECO.- ¡Sh! ¡Silencio! ¡Ya vienen! (Pausa.
Luz. Entra el matrimonio joven. Apenas se abre la puerta se ve a ella atravesar
el escenario corriendo de lado a lado y meterse en una puerta del otro extremo.
Los cuatro personajes están escondidos estratégicamente. Ni el público ni los
otros personajes deben verlos.)
EL.- (Gritándole mientras se quita el saco.)
Querida: ¿Por qué no hacés pis antes de salir, eh? (Se
acerca al bar y se sirve un whisky. Ella vuelve. El la invita con un vaso de
whisky y pone música.)
ELLA.- No podía más.
EL.- Un día de éstos vamos a tener un accidente por vos.
¡Cada vez que volvemos a casa, empezás con lo mismo “¡Apurate que no llego!
¡Acelerá que me hago!”… Y yo empiezo a acelerar. Llegaré o no llegaré, ¡me
siento como si estuviera cumpliendo una misión importante! Y si no llegan a
parar las luces, empezás de nuevo: “Arrancá, arrancá ahora con colorado. ¡Dale
que no viene nadie! ¡Apurate que no llego! “La gente que nos ve correr como
locos no entiende nada. “¡Que sea varón!”, nos gritó un día una vieja… ¿Te
acordás? ¡Creía que ibas a tener familia! Y yo tengo ganas de gritar la verdad,
la horrible verdad que no me deja vivir tranquilo desde que nos casamos: “¡Paso
libre, señores, que mi esposa se está meando!”
ELLA.- ¡Qué delicado!
El.- ¡Un poco de humor nunca viene mal!
ELLA.- Pero no a costa de mi vejiga… (Pausa) y
ahora decime… (Se acerca) ¿Quién era?
EL.- (Haciéndose el desentendido)
¿Cómo?
ELLA.- ¡Te pregunto quién era!
EL.- (Haciéndose el desentendido)
¿Cómo?
ELLA.- ¡Te pregunto quién era!
EL.- ¿Quién era quién?
ELLA.- No te hagás el zonzo, que me entendés muy bien,
¿Quién era la nena que franeleaste toda la noche?
EL.- ¿Pero vos estás loca? (Se acerca a tomarla)
ELLA.- ¡Sacá las manos! ¿Te querés sacar las ganas
conmigo, ahora? ¡Vamos a ver, decí! ¿Quién era la nena esa?
EL.- ¡Ah!... ¡Ah! ¿Vos te referís a la chica que estuvo
conmigo en la fiesta?
ELLA.- ¡Qué inteligente! ¿Cómo adivinaste?
El.- Esa chica es la secretaria de Morgan… Me estaba
contando que Morgan le había gritado el otro día. Como yo lo conozco bien al
inglés la estaba asesorando cómo tenía que hacer para tratarlo. ¡Hablamos
justamente de eso!
ELLA.- Pero si no hablaste en toda la noche. ¡Te pasaste
toqueteándola todo el tiempo! ¡Cada año que pasa te ponés más degenerado y más
mentiroso! ¡Y ahora te gustan las adolescentes…! ¿No te das cuenta que hacés
papelones?
EL.- Pero mirá quién habla de hacer papelones ¿Querés
saber una cosa?
ELLA.- ¿Qué?
EL.- ¡El mantel no los tapaba todo!
ELLA.- ¿Cómo? ¿Qué mantel?
EL.- A vos y a tu cuñadito, se los veía cuando se tocaban
las piernas por debajo de la mesa. Pero yo estoy acostumbrado, ¿sabés? Soy un
tipo moderno. ¡Un liberal! ¡Un evolucionado! (Hace cuernos con los
dedos.)
ELLA.- Cómo te gusta imaginar cosas, ¿eh? ¡Qué
degenerado! Las necesitás para exitarte, ¿No?
EL.- (Se le acerca) qué
linda te ponés cuando estás libidinosa. ¡Vení, juguemos un poco que ahora somos
cuatro…!
ELLA.- No te rompás que hoy es miércoles.
EL.- (muy en serio) ¿Cómo?
¿En serio? ¡Yo estaba convencido que era martes…! ¡Qué macana!
ELLA.- Ya me parecía que estabas demasiado cariñoso para
un miércoles.
EL.-Y decime… ¿Esta noche no podríamos hacer una
excepción?
ELLA.- ¡ah! ¡No puedo! y no empecemos con innovaciones.
Habíamos quedado los martes a la noche y los sábados al mediodía. Mañana tengo
gimnasia temprano y quiero estar descansada.
El.- ¡Pero qué macana! Cómo pude confundirme así. (Pausa.
La mira)
¿Cuánto me cobrarías por un miércoles?
ELLA.- Trescientos pesos ley 18188 no sé cuánto. (Se
ríe)
EL.- ¡Es un afano eso!
ELLA.- ¡Esperá hasta el sábado y no te cobro!
EL.- No llego hasta el sábado querida.
ELLA.- ¡Entonces pagá!
EL.- ¿No puedo pagarte después?
ELLA.- No, querido. Yo sé cómo son estas cosas. Antes o
nada.
EL.- ¿Tarifa completa?
ELLA.- Sí.
EL.- ¿Me aceptás un cheque?
ELLA.- Acepto. (El saca de su saco la
chequera, hace un cheque y se lo entrega. Ella se suelta el pelo. El se abre la
camisa. Se esconde detrás del sillón. Aparece por un extremo en cuatro patas gruñendo
como un león. Ella lo mira un poco indiferente. Luego El sigue gruñendo, ella
se pone en cuatro patas y El la sigue como si fueran dos animalitos. Juegan que
El la corre a Ella. El juego es muy excitante. Juegan en cuatro patas remedando
un león y una leona, un poco coqueteándose. Debe ser un juego habitual, mímico
y bien hecho. El la besa en el cuello, la huele, Ella se deja oler el cuerpo.
Cuando El la quiere montar Ella no se deja. Corren. La escena es estéticamente
agradable. El juego es en serio. Aníbal por detrás emerge la cabeza y le hace
señas al Sueco como diciéndole: “sensacional”. El Sueco hace gestos
afirmativos. El Turco también saca la cabeza y se abanica como que la escena es
demasiado erótica para aguantarla. La pareja sigue jugando. Desaparecen detrás
del sillón. Los cuatro personajes miran atónitos desde sus escondites lo que
debe ser el acto sexual, lo que el público no llega a ver. Y evidentemente no
se cuidan tanto porque se presume que marido y mujer están muy concentrados en el
acto. El Sueco de repente sale, exaltado, del escondite.)
SUECO.- ¡Esto es sensacional! ¡Increíble! ¡Maravilloso!
¡Aníbal, registrá! ¡Y vos, Flaco, prepárate! (Aníbal va al grabador y
el Flaco apronta su cámara con flash) Quiero registrar todo y
desde el principio ¡Todo! ¡Absolutamente todo! ¡Que todo quede registrado! (El
trámite se hace ignorando totalmente la situación del marido y la mujer.)
¡Hace años que no veo algo parecido! (Revolotea los brazos y toma
una pastilla.)
FLACO.- Tenías razón. Hoy no hace falta guión. (La
exaltación del Sueco va en aumento.)
SUECO.- ¡Festejá! ¡Chupá, Turquito! Esto no lo vas a ver
todos los días. Y andá preparando un buen coctel para los señores.
FLACO.- ¿Viste, Sueco? ¡Siempre te lo dije! ¡Hay que
saber confiar en la burguesía…!
TURCO.- (Al Flaco) ¡Ché! : ¿Todos los
días se mandarán estas fiestitas o estarán festejando algún aniversario?
SUECO.- (Caminando exaltado por toda la sala como
un loco, dice fuerte:) ¡El artista es un hombre que tiene antenas, (Aníbal
toma el micrófono del grabador y lo sigue.) que sabe cómo conectarlas con las corrientes
que están en la atmósfera, en el cosmos! Pero sólo él tiene la facultad de
conectarlas. (Pausa) Todo lo que hacemos, todo lo que
pensamos existe ya. Los artistas somos apenas simples intermediarios. (El
turco está preparando activamente el cóctel que le pidió el Sueco.)
Creemos que somos capaces de forzar la realidad, de modificarla o de
transformarla y sin embargo, cuando la vemos de cerca… ¡Allí…! (Aníbal
lo sigue, siempre con el micrófono.)
FLACO.- (Terminando de armar su cámara:) ¡Ya
estoy Sueco! (Le hace señas de que se olvidó de la pareja que está detrás
del sillón.)
SUECO.- ¡Ah! ¡Si! Es cierto. (A la
pareja:)
¡Por favor, señora, señor, discúlpennos! Con tanta exaltación nos habíamos olvidados
de ustedes. (La pareja emerge abrazados entre sí, aterrados,
semidesnudos y mudos.) Tómense el tiempo que quieran, pueden
quedarse así, o arreglarse un poco, están realmente en su casa. Pero
tranquilos, eh, tenemos mucho tiempo por delante, así que pónganse realmente
cómodos. Vamos a trabajar mejor así, cómodos.
CARLOS.- Yo no… (Se arregla los pantalones)…no
entiendo bien qué quieren…qué… ¿qué es esto? ¿Es un asalto…? No sé… pero, no me
ubico… porque…
ANIBAL.- (Acercándose con el micrófono)
Hable un poco más fuerte por favor…
FLACO.- (Filma y le dice al Turco:) ¿Por
qué no le ofrecés un trago a los señores?
TURCO.- (Con dos vasos, se acerca a Carlos que lo
toma todo de golpe. Luego golpea el sillón como si fuera una puerta.) ¿Se
puede? (Se
ve emerger la mano de la señora, que toma el vaso.)
CARLOS.- (Totalmente excitado por lo que tomó.) Es
un poco fuerte esto; ¿Qué es?
TURCO.- ¡Formula propia! Con… ¡Ingredientes personales!
CARLOS (excitado) ¡Muy bueno lo de ingredientes
personales, eh! (Empieza a reír) Muy bueno. Mire que
son graciosos ustedes (sigue riendo.)
SUECO.- (Preocupado, al Turco:) ¿No
se te fue la mano? Ya está hecho este…
TURCO.- Ya estaba en pedo antes de la dosis.
SUECO.- ¿En serio no se te fue la mano con el lisérgico?
FLACO.- (Asustado.) ¿Cuánto le pusiste?
CARLOS.- (Riéndose a carcajadas)
¡Lisérgico…! ¡La gran puta!
TURCO.- Le puse lo de siempre…
SUECO.- Bueno, será muy sensible el gentleman. Déjenlo
que se desahogue. Le va a hacer bien. (Carlos se tira en el sillón y
se retuerce de risa. La escena es grotesca.)
ANIBAL.- (Yendo al grabador) ¡Se
cortó la cinta!
SUECO.- ¡Entonces dejala y anotá! ¡En la máquina! (Aníbal
corre a la portátil.)
ANIBAL.- ¿Y qué pongo?
SUECO.- Poné-: después de la dosis, el señor se empezó a
cagar de risa. (Aníbal repite en voz baja mientras escribe.)
CARLOS.- ¡Qué tipos simpáticos! ¡Helena! ¡Qué noche! (Se
sigue riendo a carcajadas cayendo del sillón.)
FLACO.- ¡Está hecha!
SUECO.- ¿A ver? ¡Levantala! (El Flaco la levanta.
Parece un bofe, colgando semidesnuda.)
ANIBAL.- Che, ¿qué pongo ahora?
SUECO.- La señora… después de la dosis cagó fuego.
CARLOS.- Helena. Helena de mi vida. (Va
hacia ella y la abraza eróticamente.) ¡Estoy en las nubes!
Volemos juntos. (Ella no se mueve.)
¡Volemos! Volemos los dos juntos. (La abraza pero ella está
dormida.)
TURCO.- ¿Van a empezar otra vez con lo de antes?
SUECO.- ¿Cuánto le pusiste?
TURCO.-Lo de siempre, ya te dije, Sueco.
FLACO.-No puede ser lo de siempre, ¡mirá cómo están!
SUECO.- En serio, Turco. ¡Te estoy hablando en serio! (Se le
acerca.)
¿Cuánto? (Gritándole histéricamente.)
TURCO.- Media ampolla más. (El sueco le pega un
golpe de karate en el estómago al Turco, que cae doblado.)
SUECO.- ¡Tenés que aprender a respetar al prójimo! (Al
Flaco:)
¡Despertá a la Lady! (El Flaco se acerca a Helena y la toma como si
fuera un trapo, y le pega dos bifes muy fuertes.)
FLACO.- No reacciona, Sueco.
SUECO.- (Al Turco, que está en el suelo.) ¿Te
das cuenta que así no se puede trabajar? ¡Te debería matar a vos!
FLACO.- No me gusta esto, ¿eh?
SUECO.- Refrescala. (El flaco toma un sifón que
saca del bar y le tira medio sifón a la cara. Helena se despierta a medias.
Carlos la abraza y ella lo abraza. Se ríen a carcajadas y se dicen cosas
ininteligibles.)
SUECO.- (Lo miran al Flaco.)
¿Qué te parece?
FLACO.- Me gusta.
SUECO.- ¡Bueno! ¡Apurate! ¡Sacá! (El
flaco filma de todos los ángulos mientras la pareja está sobre el sillón
riéndose, escupiéndose y gritándose. A Aníbal:) ¡Dosis mayor que la
habitual! ¡Anotá! (De repente ella cae exhausta. El Sueco grita:)
¡Sifón! (El
Turco le echa otra vez sifón en la cara.) ¡Bueno…! ¡Paren…! ¡Un
descanso…! ¡Hace falta…! Un descanso y empezamos a trabajar en serio, ¿eh?
ACTO
SEGUNDO
(En escena el Flaco, Aníbal y el Sueco. El Flaco leyendo un
libro de pintura italiana, que ha sacado de la biblioteca. El Sueco camina por
el escenario. Aníbal copia a máquina lo que el Sueco dice. Hay gran desorden.
Todo está un poco dado vuelta. Aníbal se está durmiendo. Hace un gran esfuerzo
por mantenerse.)
SUECO.- (Como retomando una frase.)… son
nuestros pequeños intereses personales. Aníbal, escribí esto. Nuestros pequeños
egoísmos y apetencias diarias los que nos han desviado del camino elegido. El
hombre ha perdido su posibilidad de trascender. Tenemos que llevar nuestra
realidad cotidiana a un estado de absoluta pureza. A ese punto de la verdad
donde el hombre niega reconocerse. (Se concentra un poco y sigue
hablando.) Y eso sólo lo lograremos llevando cada acto a sus
estados finales, a sus últimas consecuencias. Aníbal, poné punto aquí. No, no,
sigo, sigo. Es allí, en los extremos donde encontraremos… encontraremos…
nuestra auténtica condición humana.
ANIBAL.- Pero no hay puntos, Sueco, no hay comas. Esto es
un quilombo.
SUECO.- Vos déjalo, después corregimos. A ver, dámelo, lo
quiero leer. (Y arranca la hoja de la máquina. Aníbal se está durmiendo.
Al Flaco:) ¿Y eso qué es?
FLACO.- Pintura del renacimiento. No te cansás de
mirarla… Arte sin violencia.
SUECO.- Otra época, Flaco, otros mundos, otros hombres.
Yo preferiría no ser violento, pero estamos hecho añicos y tenemos que
reconstruirnos, pedazo a pedazo.
FLACO.- El que parece que no la tiene despedazada es el
Turco.
SUECO.- ¿Por qué?
FLACO.- Hace dos horas que subió con la señora.
SUECO.- ¿Y el señor?
FLACO.- Lo dejamos durmiendo en el cuarto de al lado.
SUECO.- La burguesita estaría un poco atrasada, ¿no? (Se
ríe.)
FLACO.- ¿Para vos eso también forma parte del trabajo?
SUECO.- ¿Por qué? ¿Te molesta?
FLACO.- No. Sólo que no me parece justo. (El
Flaco ha seguido leyendo mientras habla con el Sueco.)
SUECO.- (Enfurecido.)
¿Qué sabés vos lo que es justicia? Si siempre viviste entre algodones, nenito
bien.
FLACO.- (Violentamente tira al aire el libro.)
¿Querés que te conteste lo que pienso o preferís seguir gritando como un
histérico?
SUECO.- ¡No quiero que me digas histérico! (Lo
dijo gritando como un histérico.)
FLACO.- Entonces escúchame bien, Sueco, y no me grites. (Lo
mira fijamente. El Sueco parece que va a reaccionar y camina hacia él. Hay una
pausa, un tenso silencio. Aníbal se despierta bruscamente y queda expectante
por lo que puede pasar.) Te dije que me parece injusto que el Turco
esté encamado con la señora. Te dije sencillamente eso y nada más. Justifico
todas las acciones. Todas. Me conocés muy bien. Hasta las más inverosímiles.
Por algo estoy aquí con vos. Te dije sos un creador y te respeto. Sabés que te
admiro. A veces hasta pienso que sos genial. Pero fuera de esto sabés muy bien
que te aborrezco a vos y a todas tus fanfarronadas. Y tolerar esto es una
fanfarronada. ¿Me entendés? (Hay una pausa larga. El Sueco gira sobre
sus talones.)
SUECO.- (Gritando:) ¡Tráiganme el chanco
ese de arriba!
FLACO.- Bien, Sueco. (Aníbal y el Flaco suben
corriendo por las escaleras. Se oyen gritos arriba. El Sueco no se mueve. Bajan
Aníbal y el Flaco arrastrando al Turco por las escaleras. Está en calzoncillos,
viene gritando y con aspecto de dormido. Lo enfrenta al Sueco.)
TURCO.- ¿Están locos? ¿Pero qué pasa? ¿Vino la cana? ¿Qué
pasa Sueco, están locos?
SUECO.- Sos un inmoral, ¿me entendés? y vos sabés que a
mí no me gustan los inmorales. (Como reflexionando.) Te
doy tu última oportunidad. (A Aníbal) Vos usá el grabador
de la casa y registrá todo desde la llegada del Turco en adelante. (Aníbal
obedece. El Sueco se vuelve a los otros.) Tráiganlos.
TURCO.- ¡Mirá que el tipo duerme…!
SUECO.- Llevale una doses y bajámelo. Tranquilito, Turco,
¿eh? Lo quiero sano.
ANIBAL.- ¡Bueno…! Vos vestímela a la señora y que ella
baje primero. (Al flaco:) Y vos quédate conmigo. Te
necesito una vez más. (Le palmea la cabeza. Aníbal sube y el Turco lo
sigue llevando la coctelera y un vaso. Al Flaco:) Quiero que el
encuentro sea lo más espontáneo posible. Una escena pura, ¿entendido? (El
Flaco toma su equipo y se prepara. Los dos se ríen.)
ANIBAL.- (Desde arriba)
¡Aquí estamos! ¡Pero no va a poder bajar sola…! ¿La ayudo?
SUECO.- Vení, Flaco. Ponete en el último escalón y tomá
la caída. (El Flaco se ubica. La señora está en el borde de la
escalera.)
ANIBAL.- ¿Le doy un empujoncito? (Está
detrás de la señora. El Sueco mira la escena como un artista. Como un pintor a
un cuadro. La señora está con los ojos al frente totalmente abstraída.)
SUECO.- No. Que baje sola. Así va a ser más natural.
Esmerate Flaco, ¿eh?
FLACO.- Perdé cuidado.
SUECO.- (A Aníbal) Decile en el oído a
la señora que baje muy despacito, ¡y rajá al grabador…! ¡Esta vez quiero
registrar todo! ¡Absolutamente todo! (Aníbal se acerca y le susurra
en el oído algo. De un salto se tira y corre al grabador.)
Flaco: concentración, ¿eh? (La señora comienza a descender las
escaleras. Es evidente que se está por caer. Cada paso que da parece que se
cae. Pero increíblemente baja todos los escalones. Una vez abajo se deja caer
en el sofá plácida y elásticamente. Mientras, todos la han ido siguiendo:
cámara, micrófono, etcétera, a la expectativa.)
HELENA.- Les arruiné la escena, boludos, ¿eh? (Mirándolos
desafiantes a los tres. Los tres se miran.)
SUECO.- (Pausa) Está bien. Nos jodiste,
nena. Lo reconozco. Soy un buen perdedor.
FLACO.- (Irónico) Esto también,
Aníbal. ¡Hay que registrar todo, esta vez! (El Sueco no lo mira.)
HELENA.- ¿Dónde está Carlos?
SUECO.- ¿Quién es Carlos?
HELENA.- Mi marido.
SUECO.- Ahora baja.
HELENA.- ¿Hasta cuándo va a durar esto?
FLACO.- ¿La señora nos está echando?
HELENA.- Les pregunto cuándo se van a ir, ¡imbéciles!
SUECO.- Cuando terminemos los que tenemos que hacer. Imbécil.
HELENA.- ¿Y qué es lo que tienen que hacer aquí?
SUECO.- Mirá, nena, con ese tono lo único que vas a
conseguir es un castañazo.
HELENA.- ¡Qué machote sos, eh! Igual que tu amigo. ¡No
ves que sos un cobarde! ¡Un miserable! (El Sueco se va a acercar para
pegarle y el Flaco intercepta.)
FLACO.- Dejala. Sueco. No le arruines el perfil que es
muy bonito. (A la señora.) No sea torpe, señora. ¡Le
está diciendo que le va a pegar y usted lo insulta…! ¿Adónde quiere llegar?
Quédese tranquila y obedezca que no le va a pasar nada, ¿me entiende?
¡Absolutamente nada! Si se porta bien… (El Turco aparece arriba.)
TURCO.- (desde arriba) No
quiere bajar. ¿Qué hago?
FLACO.- (Al Sueco:)Dejame subir, Sueco.
Te lo traigo enseguida.
HELENA.- ¿Así que para subir las escaleras le tiene que
pedir permiso a éste?
FLACO.- ¡Cállese señora, que le conviene, por favor!
HELENA.- No entiendo qué hace usted aquí. Usted es sapo
de otro pozo ¿No le parece?
SUECO.- (Ríe) ¡Te calaron, Flaco!... (El
Flaco, que se iba a ir por las escaleras, se vuelve y se enfrente con la
señora.)
FLACO.- Mirá, nena. Si lo que pretendés es meter cizaña
entre nosotros te prevengo que los cachetazos te los voy a dar yo, ¿me
entendés? La ironía y la inteligencia metételas en el culo y no confundás
cortesía con boludez. Mirá que yo conozco muy bien a las minas como vos… ¿eh?
HELENA.- No ves que hablamos el mismo idioma… ¡Sos un
sapo de otro pozo!
SUECO.- Subí, Flaco. (El Flaco sube las escaleras.
El Turco y Él desaparecen.)
HELENA.- Cómo le obedece, ¿eh?
SUECO.- A mí todos me obedecen.
HELENA.- Dígame, ¿Usted es marica?
SUECO.- (Sorprendido.) No
sé lo que usted define como marica, señora. Si se refiere a tener relaciones
homosexuales, le diré que a veces… sí, que a veces he tenido. Pero me parece,
señora que marica en el sentido que usted lo dice…no. En ese sentido no lo soy,
señora. Quédese tranquila; ¡En su casa todavía no ha entrado ningún marica!
HELENA.- Muchas gracias. Y dígame… ¿Qué diferencia hay?
SUECO.- ¿Diferencia de qué?
HELENA.- (Interesada) ¡Usted dice que no
es lo mismo tener relaciones homosexuales que ser marica! ¡Si me explica se lo
voy a agradecer…!
SUECO.- Bueno, ese en realidad es un problema…! ¡Casi
filosófico…! (Se sienta en un sillón.) En realidad un homosexual
es alguien que está buscando algo, y… un marica es alguien que ya lo encontró
hace rato.
HELENA.- Usted tiene alma de pedagogo, ¿no?
SUECO.- Soy un artista, y los artistas de alguna manera
también somos pedagogos, señora. (Pausa) Y
ahora… ¿Le puedo yo hacer una pregunta? ¡Una pregunta un poco íntima, señora…!
Si usted quiere no me la contesta ¿eh? ¿Quedamos así? ¡Sin ningún tipo de
compromiso! (Aníbal está mirándolos. Se ha ido acercando ya olvidado del
micrófono que tiene en la mano.) Rajá de aquí, vos, vamos.
(Aníbal sube.)
HELENA.- Bueno… en estas condiciones no puedo negarle
nada.
SUECO.- ¿Qué le pareció el Turco? ¿Anduvo bien la cosa?
HELENA.- No, no anduvo la cosa.
SUECO.- ¿Cómo no anduvo? ¿N estuvo con usted en la cama?
HELENA.- Sí. Pero le hablé… y comprendió.
SUECO.- ¿Cómo que le hablé? ¿Qué le dijo?
HELENA.- Le dije que tenía que pensar que lo que hacía
era una cobardía.
SUECA.- ¿Y él qué hizo?
HELENA.- Se acostó y se quedó dormido. Después entraron
sus dos amigos y lo sacaron a golpes de la cama.
SUECO.- ¡Esto es fantástico! La realidad supera siempre a
la fantasía. (Se oyen ruidos arriba.) ¿Qué pasa, Flaco? (Bruscamente
el Flaco trae al señor del brazo. Detrás Aníbal y el Turco. El Flaco lo empuja
a Carlos que cae de rodillas ante el Sueco, que está parado al pie de la
escalera.)
FLACO.- Repita aquí lo que dijo arriba.
CARLOS.- (Sigue arrodillado.) No
señor, permítame explicarle. Creo que ha habido un error de interpretación.
HELENA.- Parate, Carlos, y no le digas señor.
SUECO.- Lo quiero así, arrodilladito.
HELENA.- No seas cagón; parate y hablale de frente.
SUECO.- Si se para lo sacudo, elija.
TURCO.- ¡Qué dilema, Charlie! (El
Flaco busca su cámara. Le avisa a Aníbal y al Turco para que graben)
CARLOS:- (A Helena) Comprendé, mi amor;
me va a pegar.
HELENA.- Demostrale que no le tenés miedo. ¿Por qué una
vez en tu vida no te comportás como un hombre?
SUECO.- ¿Qué fue lo que dijo arriba?
HELENA.- ¡No le hablés que después es peor!
SUECO.- Hablá que te conviene, infeliz. (Carlos
está con la cabeza baja llorando impotente. El Flaco filma de todos los
ángulos. Tomándolo del pelo y levantándole la cabeza.)
¡Hablá maricón!
HELENA.- (Se acerca al Sueco.) ¡No
hablés, Carlos! (El Sueco le pega un bife a Carlos con una mano
mientras con la otra lo tiene amarrado del pelo. Helena se abalanza sobre el
Sueco, el Sueco le pega un golpe. Helena cae sobre el sillón. El golpe fue en
la cara, bastante fuerte. Carlos nos e ha movido ni intentado defensa alguna.
El Flaco, el Turco, y Aníbal están en plena tarea, totalmente ausentes, como si
fuera una escena artística pura.)
CARLOS.- ¡Por favor, señor, déjeme! ¡Tenga piedad de
nosotros!
SUECO.- No seas cagón. ¿No te diste cuenta del castañazo
que le pegué a tu mujer? Defendela. ¡Cabrón?
CARLOS.- ¡Por favor! (El Sueco le vuelve a pegar)
SUECO.- ¡Hablá o te mato! ¿Qué dijiste de nosotros?
CARLOS.- (De golpe.) Le pregunté al señor
si eran comunistas.
SUECO.- (Soltándolo bruscamente.)
¡Ooohhh!
(Agarrándose la cabeza.) ¿Dijo eso…? (Casi llorando.)
¡Insensato! ¡Nunca debió decir eso! ¡Nunca! (Se tapa la boca con la mano y
se la muerde. Acá la escena no se debe saber si es real o es fingida, tan
dramática es para el Sueco la palabra “comunista”.)
Esto es una confusión atroz. Nos hiere. ¡No merecemos esto! ¡No lo merecemos! (Llora.)
CARLOS.- Permítame, señor, le hice una pregunta, ¡No
quise ofenderlos!
SUECO.- ¡Somos artistas! (Cada palabra es
pronunciada como si fuera definitiva. Pone la cara al lado de Carlos. Lo toma
del cuello.) Somos artistas y no comunistas. ¡Recuérdelo!
HELENA.- ¡Son maniáticos, Carlos! ¡Están locos…!
SUECO.- ¡Locos sí, pero comunistas, no! ¿Entendió, señor?
CARLOS.- ¡Sí, sí, sí, claro que entiende…! (El
flaco filma a Helena que está llorando en un rincón. El Turco le levanta el
pelo para que se le vea la cara.)
FLACO.- La carita para un loco, mi distinguida señora. (Helena
le escupe. El Flaco sigue.) Escupí, nena, escupí. (Helena
escupe y el Flaco sigue.) Gracias.
SUECO.- (Tomando a Carlos de la cara.)
Amamos la verdad. Así que ¡Usted tiene que creer en nosotros! ¿No es cierto que
cree? ¿No cree que amamos la verdad? ¿Qué somos artistas…?
CARLOS.- Por supuesto, señor. Siempre creí que…
HELENA.- (Ruge.) ¡Carlos! ¡No aguanto más!
¡Me vuelvo loca! (Tiene la cara ensangrentada.)
CARLOS.- Le ruego, señor. Yo no hago política. ¡Nunca me
interesaron los partidos políticos! ¡Déjeme! ¡Le juro que le puedo retribuir
muy bien todo esto! Pero déjeme, por Dios. ¡Se lo pido, hágalo por mi mujer…!
SUECO.- (Pausa.)
¡Besame los pies! (El Flaco corre a sacar.)
CARLOS.- ¿Qué? (El
Flaco espera.)
SUECO.-Que me beses los pies.
SUECO.-Que me beses los pies.
CARLOS.- ¿Cómo? ¡No
entiendo!
TURCO.- Le pide que le bese los pies. Es muy claro, ¿no? (Carlos
le besa un pie al Sueco.) ¡Los dos!
HELENA.- ¿Pero por qué, por Dios, por qué nos humillan
así? ¡Si no les hicimos nada!
FLACO.- ¡Es una ceremonia religiosa hindú, señora! Es un
pequeño prejuicio burgués muy suyo eso de la humillación. Yo no tendría ningún
inconveniente en humillarme ante usted… ¿Me permite, señora? (Se
arrodilla)
HELENA.- ¡Usted es un miserable! ¡Es el peor de todos! (Lo
patea)
FLACO.- ¡En eso estoy absolutamente de acuerdo con usted,
señora!
SUECO.- (A Carlos, que ha estado besándole los pies:)Ya
está. Y disculpe. (Carlos se siente sorprendido por la frase del
Sueco.)
CARLOS.- ¿Puedo irme?
SUECO.- Si, ¡Por supuesto! (Carlos corre y se
abraza a Helena. Esta tiene una crisis de llanto, casi de terror.)
¡Vengan muchachos…! Solamente de los momentos críticos, de crisis, surge lo
verdadero y lo trascendente. Hay que violentar para rescatar. Hay que destruir
para construir. (Hace una seña y todos se reúnen como en un
clinch. El Sueco murmura cosas. De pronto se separan y el Turco y Anibal corren
y levantan prácticamente a Carlos separándolo de Helena. Lo agarran entre los
dos muy fuertemente. A Carlos.) Ahora vamos a hablar nosotros dos un
ratito, ¿Si? (Se sienta en una silla.)
CARLOS.- ¡Óiganme! ¡Suéltenme el brazo que me hacen mal! (Aníbal
y el Turco lo tienen sujeto.) ¡Me están lastimando! ¿Me oyen?
ANIBAL.- ¡No jodas, nene, que todavía no empezamos a
trabajar!
TURCO.- ¡No se mueva que sale ganando, Charlie!
HELENA.- (Al Sueco) ¡Dígales que lo
suelten!
SUECO.- (Al Flaco) ¡Decile que se
suelte!
FLACO.- (Riendo) ¡Suéltese, Carlos!
CARLOS.- ¡Me está ahogando!
HELENA.- ¡Basta, por favor! ¡No aguanto más! ¡No aguanto
más! ¡Déjenlo! (Corre hacia Carlos. El Turco la empuja sobre el Sueco, el
Sueco hacia el Flaco y cae.)
FLACO.- ¡Carambola, Turco! ¿La ayudo, señora?
HELENA.- ¡Váyase! ¿Quiere? (Helena está en el
suelo)
CARLOS.- ¡Déjenla tranquila, hijos de puta! (Es un
rugido. De pronto Carlos se suelta bruscamente de Aníbal y el Turco; y los
golpea desesperadamente, como quién está acorralado, perdido, fuera de sí,
comienza a gritar casi en forma delirante y se acerca al Flaco.)
¡Tocala ahora, boludo! ¡Tocala! ¡Dale machito, tocala! ¡Dale! (El
flaco intenta moverse, pero está acorralado por Carlos, que está desesperado,
pero dispuesto a todo. Esto hace que el grupo se encuentre desconcertado.
Carlos le pega un bife al Flaco. El Flaco intenta escaparse, y Carlos lo
acorrala sin dejarlo mover.) ¡No ves que sos una porquería, un
cagón! ¡Guapito! (Le agarra la máquina y la tira contra la pared) ¿No
ven que ustedes son guapos cuando están juntos? ¡Dale, peleen carajo! ¡Peleen!
¡Defiéndanse, machos! ¡Vengan los cuatro! (Los mira desafiante a los
cuatro)
¡Ahora soy yo! (Se acerca a la puerta y la cierra con llave.)
¡Ahora estamos encerraditos! ¡Y soy yo el que no los va a dejar salir! ¡Vengan,
cabrones! ¡Uno a uno! ¡O los cuatro juntos! ¡Como quieran! ¡Vengan, marginados!
¡Resentidos de mierda! ¿Pero ustedes qué creen? ¿Que a mí me regalaron todo
esto? ¡Yo les voy a demostrar que sé
defender lo mío hasta el final! ¡Ahora soy yo el que grita! ¿Qué mierda
quieren? ¿De dónde salen ustedes, eh? ¡La guaranguería se las voy a meter en el
culo! (Al
Sueco)
¡Y vos, maricón, degenerado! ¿Qué te crees? ¿Qué sos capaz de salvar a la
humanidad con tus discursitos? (Se acerca al Sueco y lo agarra) ¡A
vos te digo! ¡Yo laburé en mi vida, a quién querés joder! (Lo
empuja.)
Nadie se mueva, ¿eh? ¡Cagones! ¡Yo sé lo que es laburar, y ustedes son una
manga de parásitos que habría que fusilar! ¡Yo les cortaría el pelo y los
colgaría de las pelotas en Plaza de Mayo! ¿Y vos, Suequito, quién te creés que
sos? ¿Pero a quién pretendes salvar, infeliz de mierda? ¡A ver, quién de los
tres los defiende! ¡Miren cómo le pego al jefe, miren! (Le
pega bifes en la cara al Sueco.)
HELENA.- ¡No ves que son una manga de cabrones!
CARLOS.- ¡Callate, Helena!
HELENA.- ¿Por qué me voy a callar?
CARLOS.- ¡Vamos, salvador de la humanidad! ¡Mesias del
proletariado! ¡Defendé tu arte y tus discursos! ¡Maricón! (Le
pega otro bife al Sueco.)
FLACO.- (Muy tranquilamente.) La
va a pasar peor Carlos ¡Mejor es que se calme!
CARLOS.- ¿Amenazas a mi? ¿No, eh? (Le
pega otro bife al Sueco) Lo que pasa es que entre ustedes, no
laburaron en su vida ni la mitad de lo que laburé yo! ¿A mí me van a enseñar a
laburar, ustedes? ¡No me confundan con un pituquito, eh! ¡Yo no heredé nada!
¡Lo hice todo yo! ¡A mí no con lecciones de moral, eh! ¡A mí no! ¡Las
oportunidades, lo hice todo yo solito! ¡Con mis uñas y con mi sangre, arañando
y esquivando golpes! ¡Y soy un campeón para esquivar golpes y dar zancadillas!
¡No se confundan conmigo, eh! ¡Lo que pasa es que yo elegí… y llegué con mi
propio esfuerzo! ¡A mí no me vengan con lecciones de moral, hijos de puta! ¡Los
mensajes sociales se los meten en el culo! ¡A mí no con frases! ¡Yo soy un laborante
y ustedes son los vagos, los marginados! No nos confundamos. ¡A mí no me vengan
con lecciones de moral! ¡Ustedes son los que joden! ¡Los confundidos que joden
a la gente decente! ¡Hay que fusilarlos a todos o cagarlos a trompadas! (Lo
agarra al Sueco de nuevo) Van a ver cómo se les pasan las ganas de
joder con tres cachetazos.
HELENA.- Se les dio vuelta la tortilla, ¿eh? (Muy
agrandada)
FLACO.- (muy tranquilo) No
grites que no te conviene. (A Carlos) Y vos… Largalo que
es peor… Largalo que es peor… (Carlos lo tiene al Sueco, agarrado del
cuello.)
CARLOS.- Seguís amenazando, ¿No?
FLACO.- No le pegués más… (Se ríe)
CARLOS.- (Al Sueco) ¿Y vos no hablás
más? ¡Cabrón! (Le pega una patada en el trasero al Sueco que cae. El Sueco
se agacha y se encoge como un ovillo, y
Carlos le da patadas en el traste al mismo tiempo que grita: “1,2,3,4,5,6,7,8”,
numerando las patadas que le da en el traste.)
FLACO.- (Sigue riendo.) Va
a ser peor… cada patadita va a ser peor… se lo juro.
HELENA.- ¿Y este es el jefe que tienen? (El
Sueco tiene una mezcla de temblores y convulsiones. Se retuercen en el piso.
Desconcierto de Carlos.)
CARLOS.- ¿Qué tenés, temblores nocturnos, mariconcito?
FLACO.- Se está embarrando solo Carlos…
CARLOS.- ¿Qué le pasa a este?
TURCO.- Está en trance.
HELENA.- ¿En trance? ¿De qué?
FLACO.- Carlos ¿Por qué no se va a dormir? ¡Descanse que
le va a hacer falta!
CARLOS.- (Medio confundido) No
entiendo. ¿Qué hace? (Muy confuso.) ¿Por qué tiene esas
convulsiones? (El Sueco está encogido y grita como un histérico. Carlos
parece desconcertado, angustiado. La escena es de gran irrealidad.)
HELENA.- Carlos ¿Qué te pasa?
CARLOS.- ¡Este asqueroso! ¿Por qué grita así?
TURCO.- ¡Oia! ¿No grita más haciéndose el machote? Le
quedaba muy bien.
CARLOS.- (Al sueco) ¡Cállese, quiere!
FLACO.- ¿Pero cómo, no gritas más? (Se ríe
a carcajadas)
HELENA.- Hacé algo, Carlos. ¿Qué pasa? (Gran
pausa. Muy lentamente el Turco, Aníbal y el Flaco lo rodean a Carlos. El Sueco
está en el piso todavía, gimiendo.)
CARLOS.- ¡Díganle que se calle, que no lo aguanto más
así!
FLACO.- ¡Usted manda, jefe!
TURCO.- ¡Ordene, Jefe!
ANIBAL.- ¡A sus órdenes, jefe!
FLACO.- Ya largaste el papel, ¿eh? Te duró poco (Los
tres lo están rodeando.)
ANIBAL.- ¡La vida por el jefe!
TURCO.- ¡Ordene, mi general!
HELENA.- ¿Pero qué hacés, Carlos? Hablá, decí algo.
TURCO.- ¿Te comieron la lengua los ratoncitos, Charlie?
ANIBAL.- Qué pronto se te acabó la polenta, ¿eh?
FLACO.- ¿Es así en la cama, señora?
HELENA.- ¡No te quedés callado, infeliz! ¡Hacé algo!
FLACO.- ¡No le grite! ¡Si estuvo muy bien…!
SUECO.- (Desde el suelo todavía con convulsiones,
grita:)
¡Quiero una confesión!
HELENA.- ¿Qué dice?
FLACO.- ¡Vamos, rápido muchachos, quiere una confesión!
TURCO.- (A Carlos) Ahora el burguesito
se confiesa y se queda aliviado, y después va a hacer la nona, ¿eh?
CARLOS.- ¿Qué confiese qué?
ANIBAL.- Los pecaditos que hizo.
HELENA.- Carlos, ¿qué pasa? (Carlos
es agarrado entre los tres y atado a una silla. Helena también es atada a una
silla, y le ponen un pañuelo en la boca. La actitud ya no es violenta; parece
convertirse todo en un acto de sumisión y de entrega total. Todo es preparado
con gran solemnidad.)
SUECO.- (De improviso se repone
instantáneamente.) Lo único que necesitamos de usted, es una
pequeña confesión íntima. ¡Nada más! ¡Aníbal, grabá! Confesión posterior a la
rebelión. (Pausa. Todo el grupo se prepara como si fuera un acto
solemne: grabador y micrófono.)
CARLOS.- (muy vencido.)
¿Pero que confiese qué?
SUECO.- No se preocupe. Lo principal es que se quede
tranquilo y se relaje. ¡Tranquilícese!
FLACO.- Una especie de psicoanálisis. (Lo
está peinando.)
ANIBAL.- (Con el micrófono)
¿Quién lo interroga?
TURCO.- ¡Dejámelo a mí!
SUECO.- Tranquilícese, Carlos. Sólo queremos que nos haga
una buena confesión. Nada más que eso.
CARLOS.- ¡No tengo nada que confesar!
TURCO.- (Le arranca bruscamente la camisa de un
tirón.)
Siempre hay algo que confesar. Siempre hay algo que se tiene bien guardadito.
FLACO.- Un secreto muy íntimo, por ejemplo.
SUECO.- Mire, Carlos, no se gaste, no es la primera vez
que hacemos esto. Se trata de que usted confiese un acto de su vida que lo
avergüenza y que nunca pensó decírselo a nadie, a nadie, ¿me entiende?
Cualquier cosa… La única exigencia es que sea cierta, porque nosotros vamos
siempre a terminar por saberlo. Somos especialistas, ¿sabe? ¡Además, otra cosa
Carlos! Esto puede durar diez segundos o cinco horas. Todo depende de usted.
Nosotros no tenemos apuro. ¡Lo único que queremos es que sea algo íntimo y que
sea verdad!
CARLOS.- ¡Les digo que no tengo nada que confesar! ¡No
voy a confesar nada, porque no tengo nada que confesar!
SUECO.- (Tocándole la cabeza muy cariñosamente.)
Siempre hay algo que confesar, siempre.
CARLOS.- ¿Qué quiere que le diga?
SUECO.- Interrogalo, Turco.
TURCO.- ¡Bueno…! Yo voy a prender mi encendedor, y usted
va a ser buenito, ¿no es cierto? (Le pone el encendedor prendido cerca de
la barbilla. Aníbal lo tiene agarrado de la cabeza. Carlos grita de dolor.)
SUECO.- ¡Vamos, Carlos! Usted es un buen muchacho y tiene
que ser obediente. (El Turco le mete el pulgar en el ojo. Aníbal lo
tiene agarrado. El Sueco le pega un rodillazo en la barriga. Carlos está a
punto de desmayarse.)
SUECO.- ¡Vamos, Carlos! Por favor, todo depende de usted.
Un pequeño esfuerzo y todo terminará.
TURCO.- ¡Quiere que confieses, boludo! (Prende
el encendedor otra vez, y le incendia un poco la corbata.)
CARLOS.- ¡No tengo nada que confesar!
SUECO.- Calentá la aguja y ponésela debajo de la uña. (Helena
se desespera.)
CARLOS.- ¡No, por favor! ¡Eso no!
TURCO.- ¡Entonces confesá, boludo!
CARLOS.- ¡No sé qué decir! (El Turco saca una aguja
de la solapa y una pinza del pantalón y empieza a calentarla con el encendedor.
Aníbal tiene el micrófono al lado de Carlos. Le toma cariñosamente la cara a
Carlos.)
TURCO.- Vamos, Carlos… qué cosa hizo que lo avergüence
mucho, mucho, y que no pensó decírselo a nadie. Vamos, una pequeña confesión,
nada más, todo terminará pronto si usted habla. ¡Se lo pido en nombre del arte!
TURCO.- ¡Ya está! (Viene con la aguja al rojo)
SUECO.- ¡Alcanzame! (El Turco le da la pinza.)
CARLOS.- (Desesperado cuando el Sueco se acerca con
la pinza.) ¡Ayer me masturbé!
SUECO.- ¿Dónde?
CARLOS.- En la oficina.
SUECO.- ¿A qué hora?
CARLOS.- A las cinco. Estaba solo. A veces lo hago cuando
estoy nervioso. Me metí en el baño, me masturbé y me tranquilicé. A veces lo
hago para tranquilizarme.
SUECO.- ¿Es cierto eso, Carlos?
CARLOS.- Si, es cierto.
SUECO.- Bueno, discúlpeme. Turco, curale el ojo y
desatalo. Aníbal, pará el grabador. Flaco; desatá a la señora Helena. (Carlos
tiene un ojo tumefacto. El Turco le cura la herida y le pone una curita. Hace
el trabajo con gran dedicación, durante la escena siguiente.)
CARLOS.- ¿Pero por qué todo esto? ¿Ahora qué van a hacer?
SUECO.- No se impaciente, mi amigo.
CARLOS.- Yo no soy su amigo.
SUECO.- Lo es en la medida que nos permite crear.
CARLOS.- (Desalentado) ¿A esto le llama
usted amistad? ¡Sinceramente no lo entiendo!
SUECO.- De todas maneras no es necesario que nos
entendamos. Lo importante aquí, es que ustedes vivan intensamente sus papeles.
Eso es lo único importante para nosotros. Todo lo demás es secundario. El
problema radica en la idea que usted tiene de la amistad. Nosotros no
franeleamos con la amistad: No necesitamos vernos con nuestros amigos, quedar
bien, salir a comer, ir a cocktails, ni tampoco necesitamos quererlos mucho.
Solo basta, a veces, que nos veamos una sola vez, pero que esa vez, sí, la
vivamos a fondo, con todo. Uno aprende en la vida, sólo cuando vive
intensamente algo. Lo demás son palabras, saludos, discursos, mensajes, réplicas…
¡Para que un tipo como usted, y un tipo como yo, se puedan entender, tenemos
que compartir algo en común, que nos conmueva, que nos sacuda! Lo demás son
tanteos, fintas, que en el fondo no nos hace mover un paso de donde estamos
parados. Si yo le hablara de estética, ¿usted cree que me comprendería?
CARLOS.- Bueno, yo tengo sensibilidad.
SUECO.- ¡De que usted tiene sensibilidad no tengo dudas!
Ya lo demostró. Pero el problema radica en que usted no sabe hasta dónde puede
llegar con su sensibilidad. Usted siempre se queda a mitad de camino; su
sensibilidad solo le sirve para coquetear un rato con alguna mujer, o para
comprar un buen cuadro; para leer un buen libro, para gozar de un buen
espectáculo, o para saborear un buen whiskie importado o tal vez en el mejor de
los casos para masturbarse de vez en cuando si está muy tenso. Pero siempre es
una sensibilidad pasiva, de espectador de platea cara, de burgués refinado que
aprendió a mirar a los demás. A leer la historia que los demás hacen con su
sangre. Pero en cambio hoy, aquí, nosotros nos sentamos en la platea y su
sensibilidad se multiplicó por cien, por mil, se rompió en pedazos, explotó en
mil burbujas, y usted nos sacudió, nos violentó, nos impregnó brutalmente con
otra clase de sensibilidad, fue cuando usted dejó de ser espectador y se
convirtió en actor. ¿Y sabe entonces lo que yo pienso de su otra sensibilidad?
CARLOS.- ¿Qué piensa?
SUECO.- Que en el fondo no le sirvió para un carajo;
porque esa clase de sensibilidad, embota y deforma, corrompe; porque los
espectadores sensibles están siempre sentados en sillones demasiado cómodos,
demasiado inmóviles para ver la realidad. Yo dudo mucho de los culos inmóviles,
sabe, de los sabios de salón, de los estetas que sólo saben saborear, de las
pelotas pesadas de los políticos intelectuales que no entienden una tribuna de
fútbol, y sin embargo quieren salvar la humanidad.
CARLOS.- (Pensativo.) Sí,
puede ser… Pero todo esto es muy confuso…
SUECO.- ¡Claro! ¿Y saben por qué? ¡Porque en el fondo yo
soy un confuso de mierda! ¡Un resentido! Pero lo que pasa es que los resentidos
somos siempre los que hacemos la historia.
CARLOS.- Sí… eso también es verdad.
SUECO.- Pero usted no puede ser resentido, ¿no es cierto?
CARLOS.- ¿Por qué? ¿Por qué no puedo ser resentido? ¿Qué sabe
usted de mi vida si no me conoce?
SUECO.- (Se acerca al portafolios y saca una de las
carpetas.) Siempre estoy muy bien asesorado sobre nuestros actores.
Tengo algunos datos personales de ustedes. (Lee.)
Usted desciende de una familia de agricultores irlandeses, ¿No es cierto?
CARLOS.- (Sorprendido) Sí,
es cierto.
SUECO.- Tiene un hermano tres años mayor que usted,
William. Ambos estudiaron el primario y el secundario, en el colegio Saint
George de Quilmes. Aquí dice que fue un buen jugador de rugby.
CARLOS.- (Satisfecho)
Jugué en primera División varios años. Fui segunda línea internacional en dos
partidos contra los franceses.
SUECO.- Además se recibió de Contador público a los 24
años.
CARLOS.- Sí, era muy estudioso. Trabajaba y estudiaba.
¿No es cierto, Helena?
HELENA.- ¿Ya vas a empezar con tus fanfarronadas?
SUECO.- ¡Un ejemplo digno para la generación actual!
CARLOS.- (Parece contento.) Era
un esfuerzo. Mire, me levantaba a las cinco de la mañana. Estudiaba dos horas.
Después entraba a trabajar a las ocho; volvía a las dos de la tarde y estudiaba
hasta las siete. Después iba a los entrenamientos de rugby, y a la noche nos
veíamos con Helena y a las doce volvía a estudiar. ¿Te acordás, Helena?
SUECO.- (Leyendo) Entró a trabajar en
la Shell Mex en el año 1960. Su carrera fue brillante y destacada. Actualmente
es Gerente de Ventas con un sueldo de $750.000.
CARLOS.- Bueno, mire, la verdad es que no hay
antecedentes en la Shell de una carrera tan rápida. En sólo diez años llegué a
Gerente de Ventas.
HELENA.- ¿Cuánto dice que gana?
SUECO.- 750.000 pesos, señora. Desde el mes de… (Busca
papeles.) de agosto del año pasado.
HELENA.- Decime, roñoso. ¿Por qué me decís que ganás 650?
CARLOS.- (Sorprendido) ¿Ah, cómo…? ¿No te
dije que me habían aumentado?
HELENA.- ¡Sos un podrido! (Se levanta. El Turco la
sienta de un empujón.) ¡Un amarrete de mierda!
SUECO.- Es socio del Buenos Aires Lawn Tenis Club, donde
juega tenis dos veces por semana, con un señor Morris que también es de la
Shell.
CARLOS.- ¡Siempre le gano!
SUECO.- ¿A quién?
CARLOS.- A Morris.
HELENA.- No cambias ¿eh?
SUECO.- Una vez por semana concurre al Campo Municipal de
Golf donde juega dos horas. Ha intervenido en un campeonato de pareja mixta, en
diciembre del año pasado, y salió segundo con la señorita Palmer.
HELENA.- ¡Bravo! ¡Viva el campeón!
CARLOS.- ¡No hagas escenas, Helena! (Al
Sueco)
¿No dice que bajé el hándicap en un año, de 22 a 10?
SUECO.-No, aquí no dice nada.
CARLOS.- Qué raro… porque fue muy comentado en el Club.
Es muy excepcional eso.
HELENA.- ¡Mi marido es un ser excepcional! ¡Qué feliz que
me siento! ¡Es un ser excepcional! ¡Viva el campeón! ¡Pajero!
SUECO.- Tiene una platea en River, donde concurre
solamente en los grandes clásicos.
ANIBAL.- ¡Típico hincha de River!
SUECO.- En este momento está tramitando entrar al Jockey
Club, pagando una alta cuota de ingreso. Tiene, además, un departamento en la
calle Araoz al 2700, donde concurre regularmente con su amante todos los
martes. (Se
crea un clima de tenso silencio).
CARLOS.- ¡Sos un hijo de puta! ¡Negro de mierda!
HELENA.- (A Carlos). ¿Es cierto eso?
CARLOS.- ¡Son todas calumnias de este miserable!
SUECO.- Bueno, mire yo tengo fotos de usted y de su
amante entrando y saliendo del departamento. (Saca otra carpeta). Se
las puedo mostrar, si Ud. quiere.
HELENA.- ¡Muéstremelas! (Carlos se acerca al
Sueco e intenta sacarle la carpeta. El Sueco se lo entrega de muy buena
manera.)
SUECO.- ¡Haga usted lo que quiera de ellas! ¡Son suyas! (Carlos
toma la carpeta, la abre y observa unas fotos. El Flaco se acerca al grabador.
Aníbal toma el micrófono. El Sueco los deja y se aparta.)
HELENA.- ¡Dámelas! (Ella se acerca e intenta
robarle el portafolios a Carlos, disputan entre los dos.)
CARLOS.- ¡No! ¡Son mías!
HELENA.- Te digo que me las des.
CARLOS.- Te digo que no te las voy a dar. No quiero que
las veas. No te las doy, Helena. No entremos en el juego.
SUECO.- Puede verlas, señora, si quiere, ¿eh? ¡Aquí está
todo permitido!
CARLOS.- No les hagamos el juego a estos, Helena. ¡No les
hagamos el juego que son unos miserables!
HELENA.- Quiero saber quién es.
CARLOS.- Dejáte de joder, Helena. (Caen
al suelo peleando. Helena consigue tomar una de las fotos y sale corriendo para
verla. Carlos la corre, alguien le pone el pie y cae. Ella se acerca a un
rincón y observa la foto.)
HELENA.- (Al Sueco) ¿De cuándo es esta
foto?
SUECO.- (Leyendo al dorso) Del
6 de enero, señora.
CARLOS.- Dejáme que te explique…
HELENA.- ¡No me hablés!
CARLOS.- Te puedo explicar, ¡Por favor déjame!
HELENA.- ¡No! (Lo separa bruscamente)
¡Por favor! ¡Farsas no, eh! ¡Basta por hoy! (Está parada con las fotos en
la mano. El Sueco toma otra carpeta, y la tira de improviso en la mitad del
escenario. Hay un momento de gran desconcierto. Helena está en un rincón con
las fotos de Carlos en la mano. Carlos está parado avergonzado frente a Helena,
sin saber si acercarse o alejarse de ella. La carpeta cae y nadie se mueve.)
CARLOS.- ¿Y eso qué es? (El Sueco lo mira y no
le contesta.) ¿Qué quiere ahora? ¿Adónde quiere llegar? ¿No le parece
que ya es bastante? (El Sueco lo mira y no le contesta. La carpeta
está en el centro. Helena mira la carpeta. Mira al Sueco. El Sueco está
impávido. Ella lo mira al Sueco. El Sueco lo mira a Carlos. El Flaco vuelve al
grabador. Aníbal y el Turco preparados con el micrófono. Carlos la mira a ella.
Se quedan mirando los dos. Ella intenta dar un paso Carlos la detiene con un
ademán.)
CARLOS.- (Al Sueco) ¿Qué es eso? (Helena
sale corriendo y toma la carpeta. El Flaco conecta y le hace señas a Aníbal;
Helena saca dos fotos del portafolios y las empieza a romper compulsivamente.)
¿Qué rompes? ¿Qué es eso? (Ella se acerca al Sueco y le empieza a
pegar patadas y golpes. El Sueco la sujeta. Carlos corre y ve las fotos rotas.
Se agarra la cabeza.) ¿Cómo? ¿Qué es esto? ¡Por favor, Helena,
explícame!
TURCO.- ¡Cornuto! (El sueco agarra a Helena de
los brazos y se la arroja encima a Carlos)
CARLOS.- ¡Pero sos tarada! ¡Cómo podés ser la amante de
ese loco! ¿Pero qué tenés en la cabeza? (Le comienza a pegar. Helena
cae sobre el sillón.) ¿Desde cuándo? ¡Hablá, puta! ¿Desde cuándo
te acostás con ese loco?
TURCO.- (Espiando la foto)
¿Por qué le dice loco? A mí me parece muy atractivo. ¡Tiene una pinta de macho
bárbara!
CARLOS.- (Al Sueco.) ¿Cómo consiguió todo
esto? (Aníbal va de uno a otro con el micrófono y finalmente queda en el
Sueco.)
SUECO.- Cuando alguien como nosotros, señor Carlos, se
preocupa por seguir durante quince días a gente como ustedes, las cosas que
podemos llegar a documentar, forman parte de la antología de la mentira y la
hipocresía. Sabe usted que… bueno, que ustedes son una clase muy especial, a
quienes yo personalmente respeto y admiro; porque tienen una gran sensibilidad,
por el buen gusto, ¡Y además por el fuerte poder adquisitivo! Son de pura raza,
y además, son fundamentalmente actores sin saberlo. Son grandes actores.
Generalmente un buen actor disminuye su rendimiento después de las diez horas
de trabajo. ¡Pero ustedes son capaces de actuar las veinticuatro horas
seguidas, sin sentirlas! ¿Se da cuenta? ¡Para mí esto es sensacional!
Comprende, ahora ¿por qué los elegimos como candidatos? ¡Dónde íbamos a
encontrar tanta hipocresía y tanta podredumbre junta! Ustedes son de raza pura.
El único problema es que son de una raza que se está extinguiendo poco a poco.
Por eso cuando encontramos ejemplares como ustedes, tratamos de documentarlos
lo mejor posible. Después los archivamos. En pocos años van a valer una
fortuna, ¡como los dinosaurios! El único problema es que en el futuro, algún
ideólogo fanático los prohíba por ética con la estética. El hecho de que Uds.
sean una porquería viviente, no quiere decir que como fenómeno estético no
constituyan una pieza de valor excepcional. ¡Son arte…!, ¡Poesía pura! ¡De la
peor especie humana…! ¡Pero auténtica! ¡Pura! ¡Eso sí! Como decía un amigo mío,
son la más pura y auténtica expresión de la hipocresía. Listo. (El
Flaco para el grabador.) ¡Vamos, muchachos! (Y
sube. El Turco, Aníbal y el Flaco lo siguen. Carlos y Helena quedan solos. La
idea es que se queden solos sin saber qué decirse durante todo el tiempo que
los “muchachos” ordenen sus cosas en las valijas. Se deben oír las voces de
arriba y los chistes y risas que se hacen entre ellos. La escena es patética
por la duración y la incomodidad. Pausa. El Sueco es el primero en bajar. Pasa
frente a Helena y Carlos. Recoge sus cosas. Bajan Aníbal, El Turco y El Flaco.)
CARLOS.- ¿Cómo? ¿Ya se van?...
CARLOS.- ¿Cómo? ¿Ya se van?...
HELENA.- Les pido por favor –ahora no se vayan-.
SUECO.- ¡No! ¡Nos vamos…!
FLACO.- Bueno, yo me voy. Buenas noches señora y gracias por
todo. Disculpe si hubo alguna brusquedad, pero todo esto lo hacemos con… con
una intención.
SUECO.- (A Helena). Señora. Le agradezco
la amabilidad que han tenido con nosotros; y a usted también, Carlos… y
disculpe la brusquedad.
FLACO.- ¡Vamos, muchachos! ¡Vamos!
TURCO.- ¡Solón!
ANIBAL.- (Bajando.) ¡Goodbye! (Se van
los cuatro. Quedan Carlos y Helena solos en la puerta. Helena cierra.)
CARLOS.- (Se acerca al bar y se sirve un Whisky)
¿Querés?
HELENA.- Sí, dame uno.
CARLOS:- ¡Simpáticos, eh! ¡En el fondo son simpáticos
estos tipos de barrio! (Se acerca y oprime un botón del grabador como
para poner música y sale la voz del sueco.)
VOZ DEL SUECO.-…Íbamos a encontrar tanta hipocresía… (Carlos
al sentir lo dicho por el Sueco cierra la grabación apagando de golpe.)
HELENA.- ¡No! ¡Dejalo! ¡Prendé y sentate un rato!
CARLOS.- ¿Para qué?
HELENA.- ¿Para qué? ¿Por qué qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? (Carlos
la mira y prende. Se acerca y le ofrece la bebida; los dos se sientan juntos en
el sillón con una copa en la mano. Se escucha la grabación. Los dos están en
silencio y tomados de la mano en el sillón, mientras se oye la grabación del
Sueco:)
VOZ DEL SUECO.- Ustedes son de raza. El único problema es
que son de una raza que se está extinguiendo poco a poco. Por eso, cuando encontramos
ejemplares que son tan buenos como ustedes, tratamos de documentarlos lo mejor
posible. (Carlos le da la mano a Helena.)
Después los archivamos. En pocos años van a valer una fortuna… (Helena
toma un sorbo de vaso de Whisky.) El único problema es que en
el futuro algún ideólogo fanático los prohíba por pornográficos. (Carlos
le pasa el brazo a Helena.) Lo que pasa con los ideólogos es que a
veces confunden la ética con la estética. El hecho de que ustedes sean una
porquería viviente, no quiere decir que como fenómeno estético no constituyen
una pieza de valor excepcional. ¡Son arte! ¡Poesía! De la peor especie humana,
pero auténticos, pura; eso sí. Como decía un amigo mío, la más pura y auténtica
expresión de la hipocresía. (Carlos y Helena parecen sonreír los dos.)